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Antonio Papell

La lógica del Rey

Se atribuye a Felipe VI una intencionalidad intervencionista, pero no hay tal, pues se limitó a recordar los fundamentos del parlamentarismo

El pasado domingo, 4 de agosto, el Rey posó como todos los años en Marivent junto a su familia para inmortalizar el estiaje regio en "la Isla de la Calma", como la llamó justamente Santiago Rusiñol, escritor y pintor, en un libro ya imperecedero. Y el Rey deslizó informalmente a los periodistas gráficos este sencillo comentario: ante la situación de bloqueo político que vive el país para la formación de Gobierno tras la investidura fallida del presidente del Ejecutivo en funciones, Pedro Sánchez, "lo mejor es encontrar una solución antes de ir a elecciones".

El tono del aserto no era prescriptivo. Correspondía más bien a un comentario campechano del monarca sobre la actualidad, equivalente a "vamos a ver si arreglamos esto antes de tener que empezar de nuevo". Fue, en fin, una reflexión que apenas pretendía remachar la obviedad de un desenlace lo más sencillo y rápido posible. Pero ha recibido críticas más o menos veladas que merece la pena descifrar.

Para algunos, el Rey no debió interferir en la obstinación de los partidos, que parecen dispuestos a la mayor inflexibilidad con tal de no dar la menor oportunidad al hipotético socio y sin embargo acérrimo adversario (también los partidos contiguos pescan en el mismo caladero). Para Luis Sánchez-Merlo, una buena cabeza que opina con frecuencia y con rigor desde los arrabales políticos de la prensa, tras el bloqueo que ya ha frustrado una primera posibilidad de investidura presidencial, "la insinuación de apremiar a los partidos a 'encontrar una solución y no ir a elecciones' no parece prudente ni oportuna, en el tiempo y en el espacio, ni siquiera apelando a la función moderadora del artículo 62 de la Carta Magna. El respeto a la autonomía de los partidos lo impide, aunque el capote regio le pudiera venir bien al formador" (es decir, a Sánchez).

Para otros, como el veterano y prestigiado periodista José Antonio Zarzalejos „"¿Y si el Rey se confunde y acierta Sánchez?"„, el monarca podría haberse confundido por partida doble "con esa reflexión pública. Primero, por expresarla, ya que su función debe ser discretísima siempre en la confidencialidad de la ronda de consultas que establece el artículo 99 de la Constitución. Segundo, por su significado, porque ¿quién le asegura al Rey que esa sea 'la mejor solución'?" Para muchos ciudadanos no lo sería si implicase un Gobierno de coalición muy radical con Unidas Podemos. Para otros, lo sería si fuese un Gobierno de "cooperación" con los morados que permitiera a Sánchez aplicar políticas transversales, Y por fin, otros muchos desearían que ese Gobierno se fundase en un pacto con Ciudadanos y con el PP.

Las dos críticas son razonables y, desde luego, pertinentes, pero no acaban de atinar por la sencilla razón de que ambas atribuyen al Rey una intencionalidad intervencionista, un deseo de orientar el proceso político desde un punto de vista coyuntural y más o menos ideológico. Y no parece que haya tal: las palabras de don Felipe se limitan a recordar los fundamentos del parlamentarismo en los regímenes como el español: tras unas elecciones generales, la obligación de quienes obtengan representación parlamentaria es intentar pactar una mayoría de gobierno capaz de superar la investidura de quien sea entronizado como líder de semejante conjunción. Eso es lo que pide el electorado por el hecho de pronunciarse y lo que los partidos, "cauces principales de representación política", deben proporcionar. Si no lo logran, habrá que ir a nuevas elecciones, pero el no haberlo logrado constituirá siempre un fracaso, una dejación de responsabilidades por parte de quienes hayan impedido el acuerdo, en cierto modo una degeneración del proceso parlamentario que equivale a decirle a la ciudadanía que su soberana decisión no es válida y que haga el favor de pensárselo mejor.

En otras palabras: la reiteración de elecciones, que ya tuvo que hacerse en junio de 2016 por la incapacidad de formar gobierno tras las de diciembre de 2015 y que amenaza ahora con ser de nuevo inevitable es un fracaso de la clase política, no una opción legítima más. Y hace muy bien el Rey al recordarlo, beneficie a quien beneficie

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