El escritor medio menorquín Albert Camus afirmaba que “todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Camus jugó de portero hasta que una tuberculosis truncó su carrera deportiva y se volcó en la escritura. José Luis Sampedro defendía que “el culto hispánico religioso ha cedido paso a una nueva fe, en la que los sacerdotes emergen desde una cavidad subterránea y ofician con el pie”.

Si dos intelectuales de su categoría reflexionan y filosofan sobre fútbol, es lógico que cuanto le rodea salte de las páginas de deportes a las de economía, sociología, urbanismo, política o justicia. Y no son los únicos ámbitos vitales contaminados por el fútbol.

El fútbol balear tiene una referencia estrella, la del Reial Mallorca. Y este producto ha vuelto a ocupar posiciones relevantes en el mercado. Es marca Mallorca. Como Rafel Nadal, Jorge Lorenzo o Joan Mir. El deporte es una actividad que atrae miradas sin distinción de razas, naciones o creencias. Mueve millones en traspasos, pero muchos más en influencia, imagen y prestigio.

La isla vibra de nuevo con un equipo que diez días antes de que comience el campeonato ha tenido que cerrar la ventanilla de los nuevos socios. Se han alcanzado los 16.125 abonados. El resto de plazas de Son Moix, hasta alcanzar las 20.500, es obligatorio venderlas en taquilla o reservarlas para las aficiones rivales. ¡No va más! Ni rojo ni negro. Simplemente se ha alcanzado la cifra más alta de socios de la historia.

Las circunstancias extradeportivas que golpearon al club se cobraron una factura que, a la larga, repercutió en los resultados. Propietarios como Vicenç Grande, Martí Mingarro o Utz Claassen lastraron la entidad. Por no hablar de operaciones fantasma como la de Paul Davidson, conocido como The Plumber.

Ahora han retornado los días luminosos. Y lo han hecho desde la más sombría de las situaciones, recorriendo los campos humildes de la Segunda B, que contrastaban con el imponente Son Moix. Los dos ascensos del equipo en sendas temporadas han ilusionado a la afición. Pero hay que reconocer que la apuesta seria y a largo plazo de la propiedad ha inspirado confianza. La presencia entre el accionariado de gentes del deporte, con Robert Sarver, Andy Kohlberg y Steve Nash como caras visibles, ha transmitido rigor a la entidad. Cuando el equipo se hundió en las catacumbas del fútbol no profesional otros muchos hubieran desaparecido. Ellos edificaron un nuevo y exitoso proyecto con Maheta Molango al mando desde los despachos y Vicente Moreno dirigiendo con rigor la plantilla a pie de césped.

Los dueños americanos no tiraron la toalla ni hicieron mutis por el foro. Siguieron adelante con una entidad que solo tangencialmente ha interesado a los grandes empresarios mallorquines. Quizás haya que agradecer esta constancia a la educación en una cultura que no ve en el fracaso el final de todo, sino una nueva oportunidad para renacer con más fuerza.

El fútbol es caprichoso. En este deporte la gloria y el infierno están separados por una delgada línea de meta. Sin embargo, la lección de estos últimos años trasciende el momento y el ámbito. Siempre es posible levantarse. Ojalá la mayor parte de los miles de aficionados que se han apuntado al Mallorca de Primera lo hagan con el espíritu del doble ascenso: “El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia”. Lo dijo Henry Ford. Vale para el fútbol. También para la sociedad.