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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El problema es Sánchez

El líder socialista ha convertido la política en un juego en el que importa muy poco el proyecto, y se busca solo el poder

No sólo desde el 28 de abril, también desde el fracaso de la investidura de Sánchez como presidente del gobierno, estamos sometidos a la propaganda del PSOE, sea para que PP, Ciudadanos o Unidas Podemos (su socio preferente) faciliten un gobierno de Sánchez, sea para culpar a esos tres partidos de la repetición de las elecciones y conseguir un resultado más favorable al PSOE que le permita afrontar una nueva investidura con mejores posibilidades de éxito. Tal propaganda en boca de Calvo, Ábalos o María Jesús Montero, consiste en presentar los resultados del 28 de abril como una supuesta voluntad mayoritaria del pueblo español de que Sánchez sea el presidente del gobierno. En boca del propio Sánchez tal voluntad sería la de un gobierno progresista, imposible sin el PSOE, sin apoyos de las fuerzas independentistas.

Aunque sea reiterativo es necesario insistir en que el sistema político español es parlamentario, es decir, los ciudadanos eligen los diputados y senadores de los distintos partidos. Y son los diputados los que eligen al presidente de gobierno, no los ciudadanos, como sucedería en una república presidencialista como la francesa. No existe un sujeto político llamado pueblo español (una abstracción) con un determinada voluntad política; mucho menos con la voluntad de que sea presidente Sánchez. Pero incluso si hacemos nuestra la terminología abstracta con la que pretenden confundirnos, y pensamos, no solamente en la investidura, sino en un gobierno que pueda gobernar durante la legislatura completa, es decir abordar las reformas urgentes que necesita la sociedad española además de la aprobación de los presupuestos, podemos ver que sí sería suficiente un gobierno PSOE-C’s, porque dispondría de mayoría absoluta; no lo sería un gobierno PSOE-UP sin el respaldo de los partidos independentistas, no tendría mayoría absoluta. Sin ese respaldo sería posible la investidura al poder contar en segunda votación con más votos positivos que negativos, pero sería un gobierno inestable. Utilizando la terminología tramposa de Sánchez, la voluntad del pueblo español sería la de un gobierno de Sánchez apoyado por UP y los independentistas, única combinación que permite un gobierno de izquierdas estable. Es otra prueba de la manipulación del lenguaje por el PSOE y Sánchez.

Sobre la dificultad de un gobierno de coalición entre el PSOE y UP, difícilmente podría mejorar las argumentaciones hechas en el debate de investidura por el propio Sánchez, la desconfianza mutua, un gobierno dentro del propio gobierno, etc. Pero, al mismo tiempo, es imposible no conjeturar que un gobierno del PSOE apoyado en un pacto parlamentario de legislatura con UP, podría verse sometido también a la inestabilidad. En efecto, de la misma manera que ha sucedido con algunas cuestiones importantes pactadas por PSOE y UP en el acuerdo para los presupuestos fallidos de 2019 que, a juicio de UP, no se han cumplido, podría el PSOE incumplir un pacto programático con ese partido sin que pudiera peligrar su gobierno pues sería necesaria para ello una imposible concertación PP-C’s-UP para instrumentar una moción de censura constructiva. Ésa es la razón por la que Iglesias, contra la opinión de IU y anticapitalistas, se resiste como gato panza arriba a aceptar nada que no sea un gobierno de coalición. Es la misma razón por la que rechazó la idea de Sánchez de acordar primero el programa para después pactar el gobierno; en caso de disenso en su composición y fracaso del conjunto, Iglesias sería acusado por Sánchez, como ya lo fue en el debate de la investidura, de querer sólo las poltronas, imposibilitando un gobierno con programa ya pactado.

Al margen de la consideración de cuál es el proyecto para España de un Sánchez al que tanto le da que le facilite el gobierno UP pactando un programa, como que se lo faciliten PP o C’s, o ambos, simplemente con su abstención en una investidura, lo evidente es que, con ello, lo que persigue Sánchez, como tantas veces ya se ha señalado, es culpar con todo el cinismo del mundo a esos tres partidos de la convocatoria automática de nuevas elecciones si no le eligen presidente. Ése es el relato construido con la ayuda de Iván Redondo, el gurú de La Moncloa, para obtener, bien su rendición incondicional, bien la encubierta voluntad de nuevas elecciones que incrementen su fuerza parlamentaria. Eso es tanto como alterar gravemente las reglas de juego. La responsabilidad de formar gobierno compete a quien ha sido designado por el Rey en función de ser la persona con más posibilidades para aunar voluntades. Si no lo ha conseguido, ésa es su responsabilidad, no la de los demás. Ni ha querido de verdad formar un gobierno de coalición con UP (primero afirmó que el obstáculo era Iglesias y, cuando Iglesias le rompió la cintura aceptando su envite, filtrando y manipulando los textos de UP, y ninguneándoles la representación en el consejo de ministros para boicotear el acuerdo), nadie ha dicho nunca que un gobierno de coalición sea fácil, siempre hay que superar desconfianzas, ni ha formulado un programa de las reformas de centro que tanto necesita el país y desmontaran el “no es no” (patentado por él mismo) a Sánchez que mantiene Rivera, para formar un gobierno de coalición PSOE-C’s. Pero es que Sánchez ha convertido la política en un juego en el que lo que menos importa es tener un proyecto, lo único que importa es el poder. Para ello se reviste con el traje de ser de izquierda o presume de centralidad, de pedir el voto a PP y C’s o a UP, de decir, cínicamente, una cosa y la contraria, de ser, Sánchez, el problema.

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