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Ganar el relato

En los últimos tiempos, sociedad y política se empeñan en arrinconar la literatura en el cuarto oscuro y esto no es una queja aunque necesite una explicación. O un par de ellas. El escritor es literatura en el momento de la escritura y sin él nada es posible: no hay creación. Por eso el yo del escritor no es sólo una primera persona del singular más -eso sería empobrecerlo- sino un espacio donde vive y transcurre la literatura. Donde se celebra la literatura. En palabras de Flaubert: Madame Bovary c'est moi. Este yo tiene muy distintas maneras de presentarse y hubo un tiempo en que el yo del escritor se escuchaba: ese tiempo ha pasado. Ha pasado incluso el tiempo donde sus artículos eran leídos con una curiosidad distinta a la del artículo periodístico (el lector creía en sus palabras, las otras se consideraban más tornadizas, oportunistas, o coyunturales). Pero sobre todo se ha producido un fenómeno que ha contribuido a silenciar -no sé si momentánea o definitivamente- el yo del escritor: la invasión de yoes allá donde estés y mires. Algo así como la invasión de los ultracuerpos pero a lo bestia.

Ocurre desde hace varios años. Ocurre en fiestas, en cenas y comidas, en bares y cafés, en familias y entre amigos: los yoes son una tormenta que no cesa. Todo el mundo tiene algo que imponer con el yo delante y todo el mundo encuentra su yo, estupendo. Qué digo estupendo, imprescindible y digno de la fascinación ajena: la propia le viene de fábrica. Porque lo que cuenta no es lo que se cuenta sino el yo, su entronización como forma de autosatisfacción. El yo-yó sin escuchar a nadie, más que para ser escuchado. Que la mayoría de esos yoes sean más aburridos que un cohombro es proporcional a su abundancia, hoy en día, repito, apabullante. Y ante tanto "yo", el "yo" del escritor -que es, repito, literatura- calla y observa. O mejor: calla y se aburre mientras observa. La dictadura del yo condena al destierro a la imaginación del yo. Y los relatos de esos yoes que nada tienen que ver con la literatura, se vuelven tediosos y narcisistas, es decir, adolescentes e inmaduros. Tanto más cuanto más entusiasmado consigo mismo está quien habla.

He mencionado aposta la palabra relato. Otra palabra que también pertenecía a la literatura y se ha impuesto, desmereciéndola -al llenarla de falsedad e impostura-, en la política. La última vez lo hemos visto hace unos días en el Congreso de los diputados: todo consistía en "ganar el relato", cuando un relato no se gana sino que "es". Y es en función de su verdad, no de su zorrería: eso era cuando hablábamos de literatura; es decir, cuando el relato era un género literario. O cuando los escritores podíamos hablar y se nos escuchaba como escritores, no como activistas, y "el relato" no era un juego de fulleros.

El relato ahora consiste en lo siguiente: "He hecho algo mal, he mentido, he impostado, me he comportado como un tahúr, he negociado imponiendo mi criterio de malos y tramposos modos, he traicionado, he acusado falsamente, he destruido, he calumniado?", en fin pongan ustedes lo que deseen que mucho hay en la vida (incluso "he matado", piensen en los etarroides y su discurso angelical ahora)? Y en cambio, para ganar ese relato, vendo mi acción como una acción noble, justa, verdadera y hecha desde la buena intención y casi, casi -no hay que exagerar para no parecer tonto- desde la bondad.

Todas las fuerzas han de ir dirigidas a hacer esta versión creíble y que los demás sólo puedan ver al malintencionado en el otro, en el que señalo y desprestigio porque yo lo he hecho todo la mar de bien. Esto es ganar el relato o intentarlo. Y siempre habrá en lo personal amigos que se lo traguen o les convenga que así sea y en política, quien dice amigos, dice periodistas afines a ti, o si no, enemigos de tu contrario. Ganar el relato: comedia y más comedia. Pero son los tiempos en que la comedia, la simpatía impostada como forma de relación profesional, la publicidad, la presentación del producto -aunque por dentro esté podrido- es lo que cuenta. A eso se le llama ganar el relato para ganar la Historia o nuestra historia: mentir y mentir e incluso creernos, si es necesario, que es verdad mientras mentimos. Como en la mala literatura, que siempre intenta ensombrecer y desprestigiar a la buena, aunque el tiempo acabe -o al menos acababa- poniendo las cosas en su sitio. Qué pesados.

P.D.: No me olvido de las iniciativas de salvamento de las playas urbanas ( Salvem Can Pere Antoni!). Esta semana, sin lluvia ni trombas de por medio, ha vuelto a ondear la bandera roja en Ciudad Jardín y el agua era pura porquería impura. A estas alturas, tales cosas no deberían suceder o tendrían que estar en trámites de solución. El Mediterráneo es un váter, pero al menos que nos quede lejos. Un mar de donde surgió La Odisea no puede hundirse en la mierda y lo hace en muchas zonas. Este año nos dicen que vienen menos turistas a Mallorca, que si Turquía y que si Túnez y que si Egipto y que si Grecia? No sé si es alarmismo, certeza o el eterno lamento -la cultura de la queja, tan mediterránea también-, pero mientras tengamos lo que tenemos, deberíamos acondicionar lo que nos quede. Si no es por respeto cultural, que lo sea por respeto al negocio. Y por egoísmo -ya lo dije en su día-, para disfrutarlo limpiamente en la vejez, cuando ya no podamos ir ni hasta Illetes. De Can Pere Antoni a Ciudad Jardín. Y para que los más jóvenes y otros visitantes no abusen de la arena, importunándonos en exceso a los mayores (siempre de peor humor), situar unos cuantos peers de madera -me lo sugirió un amigo filosueco- ante la catedral, ahí donde los pedruscos rompeolas, y que esos mismos jóvenes puedan lanzarse de cabeza al mar y otras acrobacias que les divertirán más que nuestra compañía y deslumbrarán a sus chicas como cuentan las novelas y películas italianas. Remedos de Malmö, me decía mi amigo filosueco. Yo pensé en Il tuffatore, y en el poema de Gil de Biedma Himno a la juventud ("¿A qué vienes, ahora, juventud,/ encanto descarado de la vida??") Pero se admiten otras propuestas (todo a cargo de la ecotasa, of course, que para eso ha de servir: de impuesto ecológico a carácter finalista exclusivamente ecológico: naturaleza pura y dura: el mar, el mar? Ahora el de Palma; después vendrán otros).

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