La sociedad mallorquina, y de modo muy especial la palmesana, vive un creciente debate sobre el impacto que representa la llegada de cruceros a Ciutat. Algunos sectores, como la asociación Palma XXI, se postulan por la conveniencia de limitar la entrada a puerto de estos grandes buques, mientras que otros no son partidarios de tope alguno y saludan el amarre de los cruceros con el eslogan "un turista, un amigo".

Para tener una visión más clara de la situación actual, cabe recordar que la Autoridad Portuaria ha previsto para este verano un incremento del 30% del tráfico de cruceros, con 509 escalas entre abril y julio. Para el mes de agosto se han programado 77 visitas.

El debate está vivo. Ante una cuestión tan candente en boga y por su repercusión en la economía y en los comportamientos sociales de Mallorca, conviene, antes de adoptar cualquier decisión, recopilar información y a partir de ella plantear una análisis sereno, capaz de sospesar ventajas e inconvenientes, para adoptar después las medidas adecuadas.

La presión humana que supone la coincidencia en la llegada de varios cruceros un mismo día y la consiguiente concentración de pasajeros en las calles de Palma produce una sensación de agobio en los residentes. La gran dimensión de estos buques, por otro lado, distorsiona un paisaje tan singular como el de la bahía, con un impacto visual que impide a los mismos pasajeros percatarse de la realidad cotidiana de la ciudad. A ello hay que añadir, todavía, el efecto de los ruidos, las fiestas y el impacto medioambiental que produce esta concentración de cruceros.

Cabe preguntarse cómo y por qué se ha llegado a esta situación. Los cruceros fueron, hace una década, un aliado fundamental para luchar contra la desestacionalización turística, sobre todo en primavera y otoño. Se intentó seguir la estela de ciudades como Barcelona, Venecia o Dubrovnik, en Croacia y para ello, con una importante inversión, se adaptaron las instalaciones portuarias de Palma. Hay que tener en cuenta también que el turismo de cruceros es un tipo de ocio para las clases medias. que, de otro modo, no sería posible.

Sin embargo, dicho esto y visto desde hoy, resulta evidente que ha fallado la previsión y la programación. Está claro que se han acumulado los problemas de medida, número y tamaño. Por tanto, con la experiencia acumulada y las aspiraciones que permanecen latentes, no se trata de decidir entre cruceros sí o cruceros no, sino, a partir de la medida actual sobrepasada, ordenarlos y escalonarlos convenientemente para que puedan seguir siendo un bien productivo para nuestra economía y no un foco de conflicto y rechazo social.

En este punto será determinante el papel que jueguen las autoridades. La cuestión está en manos de la Autoridad Portuaria, un organismo que depende tanto de la administración del Estado como de la autonómica.

Después de algunos pronunciamientos políticos claros durante las pasadas campañas electorales, el Govern mantiene ahora una posición de tibieza. Con declaraciones contradictorias de algunos de sus responsables, parece querer dar largas al asunto esperando que el temporal amaine. Es una posición que debe ser corregida de manera inmediata, porque los cruceros deben ordenarse, los ciudadanos tienen derecho a saber cual es su verdadero impacto ambiental y qué piensa hacer el Ejecutivo para clarificar la situación.