La extraordinaria y benéfica capacidad de olvidar la mayoría de cosas que leemos, solo es superada por la extraña capacidad de recordar episodios en que no reparó ni su autor. Todo lo cual viene a cuento de la lección que me dio Cinto Planas en 1987, cuando solo lo conocía como lector. Durante la primera legislatura autonómica, el periodista que viene de fallecer había asaeteado sin misericordia al Govern Cañellas. Construyó una auténtica hoguera de las vanidades, con apodos transparentes para los iniciados pero no siempre al alcance de los profanos.
A los cargos del Govern no les llegaba la camisa al cuerpo cada mañana, porque en aquellos tiempos los políticos leían. La legislatura iniciada en 1983 estaba pletórica de la bisoñez del Cañellas inaugural, que ofrecía munición sobrada a Planas. Llegaron la segundas elecciones autonómicas, y el fundador del PP balear apañó otra mayoría absoluta. El primer mandamiento del periodismo ordena no reconocer jamás un error, pero la continuidad inspiró a Cinto una de sus deliciosas fintas dialécticas. Evocó los cuatro años de guerra abierta, reconoció que se había empleado a fondo con nulo éxito, admitió que la nueva victoria de los populares suponía que el público le había desmentido con el voto, y anunció en su sección que desde ese momento amainaba su equivocada beligerancia para virar los cañones sin incurrir en fingida complacencia.
La ironía al cubo de Planas no interrumpió la disparatada historia de Mallorca. En aquella segunda legislatura popular, Cañellas concedió a un amigo el Túnel de Sóller, que excavaría la tumba de sus mandatos. Volvía a demostrarse que la crítica vitriólica duele pero desinfecta, si bien solo una persona pletórica de mala fe se atrevería a arrastrar la realidad de 1987 a 2019, para establecer que todo parecido con la reforzada Francina Armengol es pura reincidencia.
