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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Mi ombligo: el mundo

La mayoría de personas quiere formar parte de una sociedad que protege los intereses colectivos y, sin embargo, actúa mirándose el ombligo y anteponiendo el beneficio propio

Escuché a un empresario afirmar que, de vez en cuando, lavaba su conciencia haciendo una donación. Cuantiosa, eso sí. Durante un tiempo se permitía ciertas pillerías y cuando sentía el runrún de la culpa acechando, chimpún. Hacía un ingreso en la cuenta corriente de una entidad social y borrón y cuenta nueva. Lo gracioso, por decir algo, es que las pillerías eran una especie de cajón de sastre (y desastre, también) en el que había espacio para las canitas al aire, alguna transacción en la que no se declaraban impuestos o bacanales gastronómicas. En definitiva, él era una versión más sofisticada y adinerada del marido que pone los cuernos y se presenta en casa con un ramo de flores para extinguir su culpa. El señor en cuestión se mostraba ante el mundo como empresario de éxito, marido abnegado y ciudadano socialmente responsable. Mientras se mantengan las formas, ¿a quién le importa el fondo?

El catedrático de Política Económica Antón Costas, dialogó con el exministro Josep Piqué, en el acto de celebración del 25º aniversario del Cercle d'Economia. Dos bestias intelectuales, dos personas carismáticas charlando sobre movimientos sociales y actualidad, escudriñando el papel de determinadas organizaciones y su relación con la sociedad, analizando si la economía está al servicio del bien común y reflexionando sobre los comportamientos éticos. Las formas son importantes, pero los fondos mucho más.

Hay directivos de grandes empresas que, a pesar de estar obligados por ley, ignoran la contratación de personas pertenecientes a colectivos vulnerables. Solo se ponen las pilas ante la amenaza de una inspección. Pagando, aunque sea en el último momento, se arreglan las cosas. Lástima que no se paren a pensar en el espíritu de la norma: contratar a personas vulnerables equivale a darles la oportunidad de salir del riesgo de la exclusión social y normalizar su existencia. Casi nada. El comportamiento ético individual redunda en el bienestar de todos. Hay quienes viven mirándose el ombligo y los hay que abren su campo de visión y descubren que, sorpresa, forman parte de algo más. La mayoría desea formar parte de un mundo integrado por personas que contribuyen al bien común y, sin embargo, actúan anteponiendo, por sistema, sus intereses personales por delante de los colectivos. No hay lugar mejor que una comunidad de vecinos para detectar a los etnocéntricos. El que saca la basura a deshora es de los que piensan que su ombligo es el centro del mundo, el que cumple el horario es de los contrarios.

Si los niños hacen cosas mal, van al rincón de pensar. Un lugar muy adecuado donde encontrar soluciones a problemas. Hasta que no dilucidan una respuesta constructiva a un conflicto, no pueden volver a sus juegos. Meditan sobre los porqués y el fondo de sus comportamientos. Tras el fiasco de la investidura de la semana pasada, enviaría a todos y cada uno de los políticos a un rincón en donde poner sus ideas (y egos) en orden. Sería dramático que hiciesen como el empresario del principio y creyesen que pagando y convocando nuevas elecciones arreglarán el problema. Hagan, por favor, su trabajo, que es, ni más ni menos, que llegar a un acuerdo y ser capaces de interpretar y de gestionar la voluntad de los ciudadanos. Un buen punto de partida es que dejen de mirarse el ombligo.

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