Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

JOrge Dezcallar

El cazador cazado

Hace unas semanas se difundió la noticia de que en un remoto lugar de Siberia, a 3.700 kilómetros de Moscú, un cazador fue atacado por un enorme oso que le rompió el espinazo y luego, ya inmovilizado, lo arrastró hasta su cubil, una cueva donde ha permanecido durante un mes hasta que los perros de otro cazador lo encontraron aprovechando que el oso había salido. Allí yacía el pobre hombre hecho un guiñapo (en las fotos parece un figurante de una película de "muertos vivientes"), sucio y costroso, que solo acertó a abrir brevemente los ojos y murmurar algo incomprensible. El periódico Eurasia Daily, que dio la impactante noticia, le bautizó como "la momia parlante" y la historia dio la vuelta al mundo acompañada de fotografías escalofriantes. Se decía que el oso pretendía mantenerlo con vida para comérselo durante los meses de invierno cuando la temperatura de la zona baja hasta los 43 grados bajo cero, y que él había logrado sobrevivir hasta su rescate con algo de agua que se filtraba por las paredes de la cueva y con restos de lo que el oso comía y que quedaban al alcance de su mano, pues con la columna rota no se podía mover. La historia recuerda la de la película Revenant interpretada por Leonardo di Caprio.

Lo que pasa es que todo es mentira. El interés mostrado en el caso por los medios de comunicación de todo el mundo acabó desvelando que todo era un inmenso montaje del periódico siberiano. Ni había ocurrido nada parecido en Siberia, ni el individuo en cuestión era ruso sino un pobre kazajo que estaba siendo tratado en un hospital de Aktobe (Kazajistán) de una fuerte depresión combinada con una fea enfermedad de piel relativamente común en la región. Así que ni oso ni Rusia, lo único verdadero parece ser el nombre del pobre desgraciado, Alexander, que además y por suerte para él ya ha sido dado de alta en el hospital donde le trataron, lo que indica que tampoco tenía la columna vertebral partida. Todo ha sido una maquinación del Eurasia Daily, aunque hay que reconocer que aún más esperpéntica ha sido la semana que acaba de vivir nuestro Congreso de los Diputados.

Me alegro por el tal Alexander y confieso que sentí una cierta decepción ante el engaño, pues su aspecto fotográfico hacía perfectamente plausible la historia de haber permanecido durante un mes en el cubil de un oso, y su "milagrosa" supervivencia me parecía un homenaje a la capacidad de lucha (ahora se dice "resiliencia") del ser humano. Pues no, todo falso.

Y pasada la decepción inicial dos son las reflexiones que me vienen a la mente: la primera es que la "Madre Naturaleza", que desde Rousseau se nos pinta de color de rosa cuando nos ofrece una maravillosa puesta de sol desde unos acantilados o un jardín con mariposas revoloteando entre las flores, es en realidad muy cruel y lo ha sido siempre desde el Big Bang y desde que la violenta fusión de hidrógeno en el corazón de las estrellas está en el origen de todo lo demás. Y como no somos plantas capaces de convertir en energía vital la luz solar ni tampoco somos herbívoros bonachones, los demás animales sobrevivimos desde el principio de la evolución a base de comernos unos a otros: los pájaros comen insectos, los leones comen cebras y nosotros estabulamos en condiciones terribles a miles de millones de gallinas, corderos, cerdos y vacas para devorarlos luego, aunque no les veamos los ojos porque llegan a casa asépticamente envasados por el supermercado. Los humanos somos los mayores depredadores de la Tierra y ahora estamos a punto de causar otra extinción masiva de vida con la superpoblación y con los gases de efecto invernadero... que pueden acabar dando también al traste con nosotros. Desde este punto de vista, si el oso se hubiera comido al cazador solo hubiera cumplido con el destino cruel de obtener la energía que necesita para vivir devorando con la mayor naturalidad al que se le puso por delante.

La otra reflexión tiene que ver con que lo que vemos en los medios de comunicación y en las redes sociales no es de fiar y cada vez lo será menos. Las fotos de Alexander parecían mucho más reales que las de la película de Leonardo di Carpio, que tampoco lo eran aunque en este caso lo supiéramos. Se que no es nuevo y que ya Stalin borraba de las fotos a quienes ordenaba matar para que ni siquiera existieran en el recuerdo (como también sucede en 1984 de Orwell), y que el 28 de diciembre, "día de los Inocentes", es costumbre entre nosotros bromear trucando alguna foto en el periódico. Ahora no se bromea, ahora se miente sin tapujos y en eso es imbatible el actual inquilino de la Casa Blanca que lo hace compulsivamente muchas veces al día (el New York Times lleva la cuenta y son millares de mentiras desde que tomó posesión) sin que la opinión pública se lo tome en cuenta y a pesar de la zafiedad de muchas de las que en su honor ya llaman "verdades alternativas". Lo que significa que nos estamos acostumbrando a que se nos mienta sin que pase nada y eso es muy grave porque el problema solo está empezando y va a más. Quizás esa sea la razón por la que hay gente que no cree que Armstrong llegara a la Luna hace 50 años, o que un 7% de brasileños siga pensando que la Tierra es plana. Las mentiras repetidas llevan al absurdo.

Compartir el artículo

stats