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Matías Vallés

"Abstenerse no es tan grave"

La frase de José Luis Ábalos tras la moción de censura con investidura planteada por Pablo Iglesias hace dos años suena distinta cuando es recibida en lugar de emitida

Finalizada la sesión con la segunda votación frustrada del candidato a la presidencia, José Luis Ábalos pronuncia un perentorio “abstenerse no es tan grave”. La frase del hoy ministro, para explicar el voto del PSOE tras la moción de censura con investidura planteada por Pablo Iglesias hace dos años, suena distinta cuando es recibida en lugar de emitida. A los populares y socialistas, con lo que ellos han sido, les cuesta entender que un partido no vale por lo que tiene, sino por lo que necesita. Esta semana, Podemos podía elegir, Sánchez no. Pretendía jurar el cargo con la fórmula de Luis XV, “solo en mi persona reside el poder soberano”. Pero antes necesitaba los votos.

Ha vuelto la España de “a mí este tío no me...”. Esta expresión había sido desterrada de la transición, donde cada encuentro se saldaba con un acuerdo. El propio Sánchez confesaba el martes que no podía pactar con ERC o PNV, porque sus rivales le afearían que se había entregado a los independentistas. Una vez frustrada su alianza con todo el mundo salvo el célebre diputado cántabro, Casado y Rivera denigran al presidente en funciones por haberse vendido a los separatistas. Visto que el resultado iba a ser idéntico, por qué no haber amarrado La Moncloa con todas las fuerzas del Congreso dispuestas a una transacción, al igual que en la moción de censura de junio de 2018.

Sánchez ha pactado, con la derecha. Da pábulo a todas las acusaciones que provengan del conservadurismo rancio, ni siquiera ha reparado en que la Derechísima Trinidad no conoce ni los primeros números. Si el PSOE tampoco es constitucionalista, en compañía de Podemos, ERC, PNV y desde luego Puigdemont, resulta que el Parlamento tiene una mayoría absoluta de fuerzas contrarias a la Carta Magna. Según los bravíos PP, Vox y Ciudadanos, los españoles han votado un brexit de sí mismos, mediante el cual declaran disuelto el país. En este siniestro esperpento reposa la visión política de quienes a continuación escrutan las inconsistencias de Podemos.

En el país valleinclanesco, Junts per Puigdemont se felicita de la justicia poética de que los votos contrarios a Sánchez sumen 155, pero oculta castamente que JuntsxCat ha apostado con sus sufragios por este artículo diabólico de la Constitución, al igual que en su día votara entusiasta la reforma laboral de Rajoy. La apelación continua a la pureza propia, frente a la contaminación del adversario, garantiza la ausencia de pactos. El fracasado presidente del Gobierno no se ha abierto hacia los apoyos imprescindibles, véase su estrambótica defensa del monocolor, sino que su cifra más citada son los 140 años de existencia del PSOE que le maltrató. En sí mismo, este dato numérico solo aclara que es un partido antiguo. En tiempos de los Google y Facebook que fascinan a Sánchez, un siglo y medio es un dato negativo.

El Rey también es un perdedor de la investidura, por detrás de los votantes de izquierdas y de Sánchez, aunque por delante de Iglesias y de Albert Rivera. Las seis propuestas de aspirantes a la presidencia del Gobierno emanadas de La Zarzuela después de la abdicación no han llegado a buen puerto. Los males actuales se inician cuando Rajoy se niega a atender siquiera su señalamiento como candidato por Felipe VI. Los olfateadores de golpes de Estado examinarán algún día el significado profundo de este desprecio. El último presidente del PP perdería otras tres votaciones de investidura, antes de ser salvado del naufragio por el PSOE. Esta instancia salvaría la actuación de la Corona, salvo que el mandato cesó abruptamente por la moción de censura. El monarca también auspició las cuatro derrotas por votación de Pedro Sánchez. ¿Hay algún líder político en condiciones de gobernar España, en sintonía con la Constitución tan manoseada por quienes no saben manejarla para su misión elemental de ordenar la convivencia?

El desquiciamiento de Podemos no consiste en ser el primer partido minoritario que infravalora una vicepresidencia del Gobierno, sino en que estuvo a punto de caer en la tentación de votar en contra de un candidato de izquierdas, para hundirlo en compañía de Vox. El honor vicepresidencial parece una concesión suficiente, pero solo el partido morado responderá ante sus votantes por el desprecio al cargo. De hecho, nadie se ha rasgado las vestiduras al aprender de labios de Casado que Sánchez renunció a una dignidad equivalente en un ejecutivo de Rajoy.

Resulta curioso que los mismos que apalearían a Podemos por vender sus esencias por una vicepresidencia, manifiesten ahora su estupor ante una formación que rechaza tamaño honor. La obsesión por el sospechoso habitual obvia que Sánchez tiene otro vecino ideológico, llamado Ciudadanos y que también ha despreciado de antemano el cacareado rango de vicepresidente. Es una aberración frecuente. A la derecha el poder se le supone, la izquierda ha de conquistarlo. Y Sánchez no ha sabido hacerlo.

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