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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Repetición electoral

Las heridas en el cuerpo del socio preferente se antojan tan profundas que impiden cualquier movimiento de aproximación en setiembre

El debate de investidura realizado el lunes y el martes alumbró un resultado aún peor del previsto. Sánchez obtuvo, además de los inexcusables votos de su partido, 123, uno más, comprado, de JM Mazón, del partido de Revilla, el populista cántabro, a cambio de un tren que nos va a costar, dicen, bastantes millones de euros. Magra cosecha. Obtuvo 170 en contra (PP, Ciudadanos, Vox, ERC, PDeCAT, CC, Navarra Suma e Irene Montero) y 52 abstenciones (Unidas Podemos, Bildu, PNV, Compromís). Sánchez ha mejorado sus intervenciones (se le veía más seguro que en otras ocasiones), pero no pudo evitar mostrar sus incoherencias. Exigir la abstención del PP y C’s al tiempo que ofrecía un gobierno de coalición a UP revelaba una contradicción insalvable. El argumento era culpar al centro derecha de que pudiera ser elegido con los votos de ERC y Bildu, y de tener que sacar adelante su etéreo programa con esos votos, además de los votos de UP. Y en caso del fracaso de la negociación con UP, culpar a derecha e izquierda de la repetición electoral en noviembre que algunos vaticinamos. Él pretendía el regalo gratis de la presidencia. Si tenía tanta prevención a pactar con UP (a quien declaró socio preferente), podría haber ofertado un pacto a PP y C’s que supusiera, a cambio de su abstención, y, por tanto, de un gobierno en solitario del PSOE, el compromiso de negar indultos a los afectados por la sentencia del procés, de no subir los impuestos, de no derogar las partes más exitosas de las reformas laborales de 2011 y 2012 y de las de las reformas de las pensiones de 2011 y 2013. Se trataba de construir el relato de que el revanchismo de la derecha y la apetencia de cargos de UP fueran culpables ante la ciudadanía del fracaso de la investidura y, por tanto, de la repetición electoral que era el objetivo de Sánchez para el probable caso de que ni PP ni C’s ni UP se plegaran a sus exigencias. Un fracaso que sólo cabe atribuir a Sánchez.

La intervención de Casado fue buena, rectificando su deriva hacia la extrema derecha cuando la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas; mostró un cuajo del que parecía carecer. El turno a cargo de Rivera, decepcionante, no por su reposicionamiento hacia la derecha desde la moción de censura, sino por sus excesos efectistas; exhibió en el hemiciclo la crispación con la que se ha prodigado los últimos meses. Por mucho que estuvieran justificadas algunas de sus críticas a Sánchez y su gobierno, sus apelaciones a éste como jefe de una banda (los sanchistas), jaleadas por los suyos, fueron de un nivel deplorable. En C’s defienden su estrategia con el argumento de que sus resultados electorales son los mejores de su historia. Una historia muy corta. Los resultados de sus pactos con el PP y de sus hipocresías en las relaciones con Vox son, para un partido que requería de fuerte implantación territorial, poco relevantes. El goteo de las deserciones, Roldán, Carreras, etc., no quedan compensadas por la incorporación de personajes de otras procedencias con heridas políticas. La intervención de Iglesias fue electrizante. Desnudó a Sánchez en la disección de la primera propuesta de éste, la modificación del artículo 99 de la CE, como un intento de alteración del sistema parlamentario, al pretender que en caso de fracaso de la investidura se proclame presidente al candidato de la lista más votada, él, como en las municipales, ignorando que es la estructura presidencialista de los ayuntamientos la que justifica tal diferencia. También en la revelación de los términos de la negociación para formar gobierno, en la que el PSOE habría ofrecido una vicepresidencia sin atribuciones para Irene Montero y ministerios de nueva creación, juventud y vivienda sin apenas competencias y presupuesto (la caseta del perro). Por el contrario, en UP habían cedido con la renuncia de Iglesias a la entrada en el gobierno y al acceso a los llamados ministerios de “Estado”. La votación del martes fue precedida por un cambio en la posición de Podemos, pasando del no a la abstención como un signo de buena voluntad.

Las jornadas del martes y miércoles fueron las más bochornosas que se recuerdan de una negociación política. Sin que apareciera por ningún lugar una negociación programática, tuvimos que soportar la transmisión en streaming de una lucha descarnada para hacerse con las poltronas del gobierno o para la escenificación de un representación en la que, lo único que interesaba era forjar para el adversario la imagen del culpable. La segunda votación para la investidura, para la que se requerían más votos positivos que negativos, venía precedida por otra secuencia de intervenciones de los líderes de cada formación. La de Sánchez fue como un pistoletazo a Iglesias entre ceja y ceja, brillante, contundente, inclemente, de las que ponen punto y final a cualquier especulación sobre recomposición de relaciones personales. Iglesias no tuvo el ánimo ni para balbucear réplica alguna a la cadencia de descalificaciones de Sánchez. La de Adriana Lastra continuaba la tarea de recuperación del antiguo voto socialista refugiado en Podemos iniciada por su jefe; sin compasión continuó desgranando una a una todas las injustificadas pretensiones de un Iglesias convencido de su papel histórico de hacedor de gobiernos. Fueron tales las armas empleadas, que las heridas producidas en el cuerpo del socio preferente se antojan tan profundas y dolorosas que probablemente impiden cualquier movimiento de aproximación en setiembre. Lo que refuerza el plan de Sánchez de reforzarse en las próximas elecciones de noviembre. El resultado: 124 síes, 155 noes, 67 abstenciones. La segunda derrota de investidura de Sánchez.

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