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Marga Vives

POR CUENTA PROPIA

Marga Vives

Un mercado embustero

Los falsos autónomos y los becarios son piezas intercambiables en un tablero en el que siempre decide el comodín de la rentabilidad

Tengo una curiosidad enorme por saber cómo se las apañará la economía nacional para sobrevivir sin los falsos autónomos y sin el becario de toda la vida. El candidato a la reinvestidura promete mano dura contra dos de los subterfugios que han permitido a las empresas meritar al Ibex mientras en sus centros laborales se instalaba plácidamente una precariedad crónica. A los trabajadores que pedalean en los márgenes de la legalidad los tribunales les acaban de dar un poco de aliento con la sentencia de un juzgado de Madrid que obliga a Deliveroo a reconocer a sus repartidores como asalariados. Los 'riders' son las 'kellys' de todos aquellos a quienes la farsa de la autoocupación desterró a la cuneta del mercado. Encarnan una de las consecuencias más vergonzosas de la recuperación económica, el enredo semántico producido por el mito del emprendimiento, a cuya sombra se cobijan todo tipo de infracciones contra la dignidad de las personas. El fallo judicial nos obliga a regañadientes a simpatizar con la Tesorería de la Seguridad Social, esa que se cobra una parte sustancial de nuestra paga en nombre del reparto del bienestar público y que fue quien interpuso la denuncia. El caso es un precedente para crear jurisprudencia y todo el mundo a este lado luminoso de la causa confía en que sirva para cambiar leyes o legislar desde cero una injusticia -otra más-.

Ahora da la sensación de que en el futuro perfecto no habrá autónomos ficticios ni estudiantes que preparan su tesis con un hemisferio del cerebro mientras el otro lo invierten en servir cafés a los jefes cobrando una miseria por ello. Así que tendrán que inventarse otros modos de pringar. La única diferencia entre quien trabaja por cuenta propia y los demás es que aparenta ser más libre, pero las formas de esclavitud laboral disimulada seguirán sofisticándose a la velocidad del rayo, sobre todo si nos empeñamos en llamar a las cosas por su eufemismo. El nuevo Estatuto de los Trabajadores que anuncia estos días Pedro Sánchez es un asunto pendiente de la pasada legislatura, cuando el Gobierno inició las tareas para reescribir la norma de acuerdo a "los problemas estructurales del mercado de trabajo" para "restablecer el equilibrio" entre empresarios y mano de obra. Nuestro principal problema estructural es que el éxito de una empresa depende cada vez más del número de precarios en plantilla.

La sentencia contra Deliveroo tan solo borra una anomalía, no restituye la normalidad. Los despidos cuestan poco y la reforma laboral del PP que no derogó el PSOE sigue justificando las regulaciones de empleo basadas en las pérdidas trimestrales. Los falsos autónomos y los becarios son piezas intercambiables en un tablero en el que siempre decide el comodín de la rentabilidad. Puede teorizarse desde cualquier otro ángulo, pero así lo percibimos muchas personas. Si el Gobierno quiere acabar con la pobreza laboral -y con la depreciación de la experiencia y del nivel formativo en los puestos de trabajo, el deterioro progresivo de las relaciones entre la empresa y sus empleados, la explotación de jóvenes inexpertos que se queman antes de hora y el reemplazo de profesionales en pleno ecuador de su vida activa, que acaban metidos en el limbo del paro y los empleos chapuza hasta que les llega la jubilación-, entonces tendrá que limitar, de una vez por todas, la carta de posibilidades que permite hoy a cualquier departamento de recursos humanos, y aún incurriendo en un sinsentido, supeditar exclusivamente a sus objetivos económicos los criterios de la contratación de personal.

Con un poco de suerte los becarios verán regulada su situación antes que quienes dependen de un contrato por obra y servicio. Hasta la administración pública ampara el interinaje más allá de los límites de temporalidad que los propios políticos han fijado para el sector privado. Se necesita una ley que diga claramente quién puede contratar a quién y para qué y cómo tiene que ser ese empleo, porque de lo contrario seguiremos dando pábulo a mercenarios y explotadores. Tenemos un mercado con demasiada rotación por el escaso atractivo de la mayoría de los puestos. Desde la crisis a esa enorme movilidad laboral se la llama "salir de la zona de confort"; ya hemos visto que se trataba de otro estúpido circunloquio, una trágica falsedad.

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