Los avances tecnológicos del Programa Apolo mejoraron algunos aspectos de la vida en la Tierra, aunque había empezado con muchas dudas de si serviría para algo o no. Los costes del Programa Apolo se estiman en unos 25.000 millones de dólares del año 1965, equivalentes a 200.000 millones de dólares del año 2018. Alrededor de 400.000 personas trabajaron en el Programa y colaboraron más de 20.000 empresas y universidades.

Los 382 kilos de rocas llevados por los astronautas, y las observaciones de la Tierra y la Luna durante los vuelos espaciales, fueron de enorme utilidad para comprender la historia de la formación de la Luna y también de la Tierra.

Por supuesto, cambió totalmente el conocimiento que teníamos de la Luna antes del Programa Apolo, pero se tardó tiempo. Hasta 1984, quince años más tarde de la llegada a la Luna, no se llegó a un consenso sobre el origen de la Luna, gracias a la información sacada de las rocas lunares y de los datos del sismógrafo instalado por Armstrong y Aldrin. Este año los científicos llegaron a la conclusión que la Luna se formó como resultado de una gran colisión de un cuerpo del tamaño de Marte con la Tierra, pero una colisión excéntrica. Este gigantesco impacto lejos del centro habría aumentado la velocidad de rotación de la Tierra hasta llegar a la velocidad actual de 24 horas por vuelta. Las capas superiores de la Tierra, más ligeras, fueron arrancadas por el impacto para formar la Luna, explicando así el océano de magma que en su momento cubrió la Luna, tal como se descubrió de las rocas traídas por las misiones Apolo.

De las observaciones de la Tierra desde el espacio se aprendieron muchas cosas sobre el vulcanismo, los plegamientos, las fallas, la formación de montañas, la acción de la atmósfera y las glaciaciones que modificaron la mayor parte de la historia antigua de la Tierra.

Los reflectores ópticos instalados en la Luna permitieron avanzar en temas importantes de Física pura, en particular permitió la verificación experimental del 'Principio de Equivalencia' de Einstein.

Parte de la tecnología desarrollada por el Programa Apolo se ha ido infiltrando progresivamente entre la población de la Tierra. Algunos de los aspectos que se citan con mayor frecuencia son la televisión global, los satélites y los sistemas de posicionamiento GPS, los sistemas de aislamiento, de purificación del agua contaminada, termómetros sin mercurio, monitores cardíacos y alimentos deshidratados, entre otros. Sin el legado del Programa Apolo en el conocimiento de nuevos materiales y de la aerodinámica, la industria aeroespacial nunca habría llegado a ser el que es hoy. Ni las telecomunicaciones ni los ordenadores se habrían modernizado a la velocidad que lo han hecho.

España tuvo un papel destacado dentro del sistema de comunicaciones espaciales desde antes del programa Apolo. La Estación de Maspalomas, al sur de la isla Gran Canaria, era la primera que establecía contacto con las cápsulas espaciales después de su puesta en órbita, por lo que jugaba un papel especialmente importante. Los datos obtenidos esta estación eran básicos para saber si la órbita en que se habían situado era la correcta, o si era tan diferente que había que abortar la misión. En la península ibérica hay tres estaciones más: Robledo de Chavela y Fresnedilla en Madrid y Cebreros en Ávila. Estas recibieron las primeras imágenes de Marte en 1965, transmitidas por el 'Mariner 4', el primer vehículo que pasó cerca de este planeta, y ha sido una pieza clave en todas las misiones de la NASA para la exploración del Sistema Solar. Durante la llegada a la Luna recibieron las voces de los 3 astronautas y los 8 parámetros biomédicos de cada uno de ellos, que se transmitían al centro de control de Houston.

Diferentes empresas españolas consiguieron, antes y durante el programa Apolo, contratos para desarrollar diferentes partes de los cohetes y de los módulos espaciales. Desde entonces han destacado especialmente en sistemas de atraque y amarre entre los vehículos espaciales, brazos exteriores articulados y antenas de comunicaciones. Todas estas actividades españolas han implicado un importante número de puestos de trabajo de alta calificación.

El zarandeo mental del Programa Apolo multiplicó las vocaciones científicas y técnicas. Algunos jóvenes de 17 o 18 años, que aquel mes de julio de 1969 sentían cierta angustia porque les quedaba poco tiempo para decidir a qué rama de la ingeniería querían dedicar su futuro profesional, decidieron, como yo mismo, emprender el camino de la ingeniería aeronáutica. Ahora, ya jubilado, me siento en deuda y agradecido con aquellos pioneros de la aventura espacial. Y puedo sonreír pensando como fue el primer viaje de ida y vuelta a Madrid, para ir a matricularme a la única escuela de ingeniería aeronáutica de aquellos tiempos (la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Aeronáuticos) y a confirmar el alojamiento seleccionado para vivir durante el curso. Un viaje que requirió irme a Mahón para coger el barco a Barcelona, ir a la estación de Francia para coger un tren de larga distancia hasta Atocha, ir con un metro hasta la estación de Moncloa y un paseo de poco más de un par de horas por la ciudad universitaria (como la duración del paseo de los astronautas por la Luna) para hacer los trámites de la matrícula en la escuela de ingenieros y en el colegio mayor universitario seleccionado. Con un tiempo de descanso en Madrid y unos recorridos similares para volver en Menorca, el viaje duró 8 días, como los que tardaron Armstrong y sus acompañantes para ir y volver de la Luna.

Actividades espaciales actuales

Los doce afortunados que, entre 1969 y 1972, fecha del último viaje tripulado, pisaron la Luna, creyeron, como la mayor parte de los habitantes de la Tierra de entonces, que, 40 años después, tendríamos viajes rutinarios al satélite, bases permanentes en su superficie y vuelos tripulados a Marte. La realidad ha sido muy diferente. El presidente Nixon canceló el programa Apolo y recortó drásticamente el presupuesto de la NASA. La URSS, arruinada por el altísimo precio del maratón de la Luna, perdió todo interés.

Los desafíos en la Tierra del hambre, la desigualdad, la contaminación, el paro y el desarrollo sostenible son demasiado serios para dedicar miles de millones a aventuras espaciales sin un enfoque claro, sin unos límites razonables y, lo más importante, sin una estrategia conjunta de las principales potencias del mundo.

Hoy, los EE UU, Rusia, China, Japón, India y Europa invierten, en conjunto, 30.000 millones de dólares anuales en sus programas espaciales. Los altísimos costes, y los objetivos e intereses en juego exigen, como se ha demostrado a partir de 1998 con la Estación Espacial Internacional, que la carrera espacial se entienda como una empresa de la Humanidad y no como otra batalla terrestre. La Estación Espacial Internacional es una muestra destacada del trabajo de colaboración entre todas las Agencias Espaciales del mundo, exceptuando la Agencia Espacial China que tiene un programa independiente. Aunque en el año 2018 China invitó a los investigadores de todos los países miembros de las Naciones Unidas a participar en la Estación Espacial China que está previsto que orbitará la Tierra a partir del 2022.

La NASA ha anunciado la previsión de que la primera mujer y el próximo hombre vayan a la Luna el 2024, creando allá una primera base permanente y sostenible, que sea el punto de partida hacia nuevas misiones espaciales a Marte.

Si en el siglo XX fuimos capaces de desarrollar unos esfuerzos humanos, científicos y técnicos tan extraordinarios de enviar a la Luna y volver vivos a la Tierra una docena de astronautas, en el siglo XXI tendríamos que ser capaces de parar la degradación del medio ambiente del planeta Tierra causada por la actividad del hombre.