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Todo menos un gestor cultural

El Govern ultraortodoxo ha sorprendido al elevar a un guardia civil y a una actriz civilizada a dos direcciones generales clave, lo máximo en política espectáculo al margen de casar a ambos implicados. Sin embargo, las edecanas de Armengol han invertido los cargos, porque una sirve para los dos y otro para ninguno. El coronel Jaime Barceló debió ser confinado en Cultura, donde haría menos daño que en Emergencias, que Cati Solivellas puede interpretar como cualquier otro papel. De hecho, sería una gran presidenta y el staff del Consolat no notaría la diferencia, porque no están autorizados a mirar a su lideresa a la cara.

Agradezco a Pilar Costa que no nombrara a uno de los parásitos autodenominados gestores culturales. Soy un conspicuo devorador de subcultura, infracultura o incultura a secas, y jamás un gestor ha hecho nada por mí. Son el escalón ínfimo, por detrás de los djs y los cjs o cortadores de jamón. En cuanto oigo "gestión cultural", echo mano de mi pistola, y es el único momento en que corren esos bribones. Presuponer que intermediar la contratación de un payaso para una verbena es una actividad cultural, equivale a señalar que levantar un libro del suelo es un acto literario. O atlético, por citar un arte más noble.

Si mi más que amiga Solivellas desea triunfar en el teatro político, no debe seguir ninguno de mis consejos, lo cual no me privará de dárselos. Es absurdo atacar a la cultura, porque se muere sola, pero aplaste por favor a las cucarachas que también sobrevivirán al apocalipsis intelectual. Ignore a los gestores culturales, esos acosadores que solo proponen modelos, pautas y diseños vacuos. Envíelos en manada de público a los espectáculos que programan con audiencia cero. Qué tiempos, en que nombrar directora general a una actriz es más fácil que fumigar a los impostores del escenario que profanan. Y en que dirigir un museo es más guay que pintar sus cuadros.

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