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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Noviembre

escribí en este mismo espacio dos días antes de las elecciones del 26 de abril: "Las elecciones no auguran nada bueno€ Ganará Sánchez debido al hundimiento de Unidas Podemos y al fraccionamiento del centro derecha entre PP y Ciudadanos€ Y a ambos, numerosos electores en dirección a Vox€ Está por ver si podrá formar gobierno o estaremos en puertas de nuevas elecciones. Un déjà vu lamentable y con futuro". La actualidad confirma las previsiones. A nadie se le puede ocultar que lo que está sucediendo se debe tanto al tradicional cainismo español, especialmente virulento en una parte de la izquierda, "con Rivera no", como al desastroso sistema electoral que con tanto empeño han mantenido PP y PSOE durante casi cuarenta años. Imaginen los resultados si se hiciera caso de las demandas de una ley electoral estrictamente proporcional como exigen tanto Cs como UP.

Había razones para albergar bastantes dosis de pesimismo. No hay ejemplos en Europa de gobiernos de la izquierda radical que hayan resultado exitosos y capaces de asegurar continuidad. La aplastante derrota de Syriza y de Tsipras por la derecha de Kyriakos Mitsotakis parece así atestiguarlo. El relativo éxito de Portugal se ha producido por un gobierno socialista en minoría aunque apoyado parlamentariamente por la izquierda radical portuguesa. Los gobiernos europeos que han fortalecido a sus países han sido, por supuesto, gobiernos de coalición, de centro-derecha o de centro-izquierda, algo inédito en España. Habrá que preguntarse por las razones de su imposibilidad en España. Hubo un primer intento de gobierno PSOE-Cs dinamitado por la oposición de PP y UP, después de que el PSOE se pronunciara mayoritariamente en contra de la Grosse Koalition entre PP y PSOE, siguiendo el ejemplo de Alemania; sólo Felipe González se atrevió a sugerirla para, a continuación, denostarla ante la reacción de la militancia del PSOE. En la política española pesa mucho el recuerdo de la Guerra Civil y de la dictadura y la división entre rojos y azules; la nefasta política de Zapatero de revisión histórica contribuyó no poco a mantener viva la división; nunca podremos olvidar cómo en momentos electorales se le pilló diciendo a Iñaki Gabilondo que había que aumentar la tensión para mejorar los resultados.

El gobierno PSOE-Cs sería la opción más favorable para el país. Es impracticable por dos razones. La primera es la desconfianza de Cs hacia Sánchez. Se fundamenta en el pacto implícito entre Sánchez y los independentistas que en 48 horas fabricó la moción de censura que aupó a Sánchez a la presidencia del gobierno. La reclamación de indultos para los políticos catalanes presos hecha tanto por Iceta como por la delegada del gobierno en Cataluña, como por otros dirigentes del PSOE, así como las votaciones del Congreso en contra de las mociones de Cs en contra de los mismos, acrecentaron la desconfianza. La segunda es el desconcierto de Cs tras el triunfo de la moción de censura y el cambio estratégico a su política. El análisis político tras la defenestración de Rajoy y el reforzamiento del sector más derechista del PP llevó a Rivera a concebir la función de su partido más como sustituto del PP en la derecha que de partido bisagra para posibilitar gobiernos de centro-derecha como de centro-izquierda. De ahí su no es no a Sánchez devolviéndole a éste su propio eslógan. Nada de esto sería irremediable si Sánchez, en vez de reclamar la abstención a Cs y al PP para contar con más votos positivos que negativos, ser presidente con gobierno en solitario para pactar a conveniencia a derecha o a izquierda o con los independentistas, hubiera propuesto a Rivera un gobierno de coalición con un programa parecido al que Iglesias frustró en 2016. Nada de eso ha hecho Sánchez porque prevé que unas nuevas elecciones el 10 de noviembre le serán aún más favorables.

Es cierto que pactar con UP presenta numerosos problemas: la cuestión catalana después de la sentencia del Tribunal Supremo, la cuestión de los indultos, la posición de UP respecto a un referéndum de autodeterminación, la exigencia de la derogación de la reforma laboral del PP, la estrategia contra la corona y a favor de un período constituyente, etc. Pero, a todo esto, presionado por su precaria situación, Iglesias ya ha dicho que está dispuesto a suscribir un compromiso de lealtad. Se allana a casi todo con tal de figurar en un gobierno de coalición. Las reuniones mantenidas hasta el momento, excepto la primera, previa al debilitamiento posterior de UP en las elecciones autonómicas y municipales, han sido un fracaso. Es el duelo entre Sánchez e Iglesias el llamado por todos los cronistas "el juego de la gallina", vence el último en saltar del coche que se dirige hacia el precipicio. Pero es un juego en el que va a ganar Sánchez porque el precipicio, las elecciones en noviembre, no es tal para Sánchez, sí y profundo para Iglesias. Pero para éste, aceptar las lentejas de Sánchez es también un precipicio, pero humillante. Iglesias, que no puede ceder, dice que al final, Sánchez cederá. Se equivoca. Sánchez ya ha demostrado su afición al todo o nada y está convencido que aún tiene baraka. Sus argumentos son pobres, que Iglesias sólo quiere cargos. Como si él al empecinarse en un gobierno en solitario no estuviera diciendo que los quiere todos. No hay argumentos, sólo luchas de poder. España al pairo.

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