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No es mala cosa consultar al que sabe

Claro que la universidad no es un mundo idílico ajeno a las miserias de la condición humana. Como toda institución la universidad es un producto humano y por tanto imperfecto. Envidias, rencillas, zancadillas y ambiciones mal resueltas supongo que están en el campus y a la orden del día. Adelanto esta declaración ante la probabilidad de que me tachen de ingenuo.

Con todos sus defectos, sin embargo, la universidad sigue siendo la institución depositaria del conocimiento en su máximo nivel. Genera y expide unos títulos profesionales de los que nos podemos fiar, digo más, de los únicos que podemos y nos debemos fiar. En nuestra europea sociedad de bienestar menguante -todavía somos el barrio chic del mundo- pocas excusas se pueden alegar para no acceder a los estudios universitarios. De momento, y a pesar de los obstáculos del quinto poder, el conocimiento y el pensamiento crítico aquí son asuntos bastante democratizados. Y buena falta que nos hace, porque esto se complica día a día. No sé ustedes, pero yo siento como que mi caja de herramientas intelectuales se está quedando pequeña ante la complejidad galopante del entorno. Salvo la perplejidad pocas respuestas empiezan a quedarme frente a la complejidad. Quiero pensar que nuestros representantes públicos (ahora sí pueden llamarme ingenuo) también tienen sus momentos de duda y descoloque. Nos hacen ver que están muy seguros, pero estoy convencido de que, aunque lo disimulan muy bien, a veces, no muchas, les tiembla la mano que gobierna el timón de la res publica. Por eso no entiendo como, al modo de los antiguos con el Oráculo de Delfos, el primer poder no se encomienda a la universidad antes de tomar cualquier decisión, desde la declaración de una guerra hasta la construcción de un puente. Quién más que los catedráticos expertos en la materia están capacitados para saber si hay alternativa a la guerra, si es oportuna, si hay alguna posibilidad de ganarla, su coste vital y económico, etc. O bien, si el puente es realmente necesario, si el lugar es el apropiado y si no hay otro arquitecto a quién encargarlo que no sea Calatrava. De haber tenido los gobiernos que consultar de forma preceptiva al que sabe antes de hacer nada seguramente nos habríamos ahorrado aeropuertos del abuelo sin aviones, autopistas deficitarias, cheques-bebés para todos y todas, un disparatado impuesto al sol o como se reducía la crisis financiera del 2008 a una simple desaceleración y ¡oh, cielos! se actuaba en consecuencia. Por no hablar de la atolondrada convocatoria del referéndum sobre el Brexit, una de las decisiones políticas más irresponsables de nuestra historia reciente. Ay Cameron, Cameron... hauries d'haver travelat abans de xerrar!

En definitiva, el papel de la universidad podría no limitarse a enseñar, investigar y expedir títulos profesionales, sino que además, ante la complejidad actual del mundo, y ya no digo la que se nos viene encima con el 5G, la emergencia climática, Boris Johnson y más Trump, tal vez sería aconsejable que la universidad, como depositaria exclusiva del conocimiento oficial, adoptase el papel de filtro a las ocurrencias del primer poder, dejando pasar sólo lo proyectos necesarios, sensatos y viables. Con la universidad de por medio no se garantiza el éxito, pero se minimiza el riesgo de fracaso.

Se me podrá achacar que tengo una imagen de la universidad en exceso idealizada, cierto, pero tiene su explicación. De mi lejano paso por la facultad Derecho en tiempos del dictador, guardo el recuerdo de tres hombres que más que profesores fueron maestros: Félix Pons, Andrés Ferret y Miguel Miravet. Con ellos el mundo era mejor y además -y sobre todo- éramos más jóvenes. Imposible no idealizar la universidad cuando la has vivido con esos tres personajes.

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