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Camilo José Cela Conde

Va de política

Titulares de cualquiera de los diarios de tirada nacional: "El PSOE cierra filas dando apoyo unánime a un Gobierno monocolor"; "PP y CS firman en Madrid un pato que Vox califica de vergonzoso"; "ERC ofrece a JxCat la presidencia de la Diputación de Barcelona para que rompa con los socialistas"; "Podemos propuso firmar un documento para garantizar lealtad al PSOE sobre Cataluña". Se podría seguir sin apartarse una línea de lo que, a juicio de los principales partidos políticos con representación en Cortes, son las cuestiones por tratar en la práctica política de estos días en los que está en juego si habrá presidente del Gobierno o se convocarán nuevas elecciones.

Desde los tiempos de Aristóteles, la política es un arte aprendido mediante el cual el ciudadano forma parte de su comunidad y sabe tratar las cuestiones que más importan a todos. Con la llegada de la democracia representativa cambiaron las formas y, sobre todo, la condición de protagonista en esa tarea de construir el bien común, que pasaba a ser tarea de unos pocos: los elegidos en las urnas. Pero está por demostrar que en esa transición se perdiese el objetivo esencial de satisfacción equitativa y proporcionada de las necesidades de los ciudadanos a partir del reparto justo de las cargas impositivas. ¿Dónde se declara que los problemas a resolver sean, en vez, los del reparto de cargos y la formalización de tomas y dacas? ¿Cuándo se les dio a las ejecutivas de los partidos políticos la prerrogativa de centrar sus esfuerzos en la obtención de privilegios para sus allegados? ¿Por medio de qué palanca vil se cambió el sentido mismo de lo que se supone que es el servicio de los intereses comunes?

Imagino que todas esas preguntas serán consideradas retóricas por quienes miran por el microscopio de los acuerdos para gobernar. Al fin y al cabo, dirán, la política es el arte de lo posible y nada queda al alcance de la mano si no se logran antes los mecanismos del poder. Pero de tal suerte nos encontramos con que las necesidades de los ciudadanos y los intereses de esa clase política centrada en el examen de su ombligo se separan cada vez mas. ¿Le puede extrañar a alguien que se multipliquen los desencantos y que cada vez que sale un líder distinto se le reclame que lo sea?

España tiene pendientes problemas de alta política inmensos, con la necesidad de un cambio constitucional que resuelva no sólo el problema catalán sino el de la obvia desconexión entre la cabeza rectora y el cuerpo social. Para lograrlo, es imprescindible que se pongan de acuerdo al menos el PSOE y el Partido Popular; sólo así salen las cuentas parlamentarias. Pues bien, ¿han visto ustedes alguna noticia que se refiera a esa necesidad absoluta para poder rescatar el Estado de derecho que hemos heredado de la época de la transición a la democracia? Esta última pregunta sí que es retórica del todo. A nadie de los que mandan en España parece importarle en absoluto lo que es del todo esencial.

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