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A vueltas con Villalonga

Cualquiera que haya leído alguno de mis escritos sobre Llorenç Villalonga -y he publicado innumerables artículos, prólogos y ediciones críticas de distintas obras suyas- sabe que nunca he considerado que fuese una buena persona. ¿Qué escritor lo es? Pero tampoco he visto ni comprobado -más bien al revés- que la bondad fuera una de las virtudes de sus críticos. Menos aún de los más feroces, moviéndose siempre entre la media verdad, la maledicencia o más directamente, la descalificación y la calumnia.

Esto de la descalificación y la calumnia es un trabajo fácil y muy agradecido: no hay que hacer nada. Sólo insultar, empleando el insulto como una forma de apartheid e inmediatamente los habrá que se apuntarán a ese carro en tropel y con cierta displicente satisfacción. La tosquedad de criterio es esencial. Por ejemplo, tildar de fascista: da excelentes resultados en nuestro país. Casi tantos como 'rojo' durante la guerra civil y en las dos primeras décadas de la postguerra. Con Llorenç Villalonga ha funcionado muy bien. Villalonga ha sido -y es aún- blanco, si no del odio -que a veces lo parece-, sí del resentimiento. Social, político y literario: ser buen escritor también se paga, especialmente entre los malos escritores y sus acólitos. Desde manuales de literatura que lo presentan hace años como 'escritor falangista' a morbosas habladurías de toda condición surgidas, en más de una ocasión, de la mente de alguno de los poetas o novelistas que fueron sus contemporáneos.

Una de las últimas que leí fue que nuestro escritor se paseaba uniformado de falangista -alguna vez, imagino- y con pistola al cinto -esto ya es desbarre-. La escena, digamos, no sé si tiene de Fellini o de Bertolucci, aunque tratándose de Mallorca, desgraciadamente, hemos de bajar el nivel. Pero es imaginativa: lo es plásticamente y lo es delirantemente. Tan delirio como los sueños o los deseos más secretos, esos que revelan la insania -moral o mental- de quien los tiene.

Villalonga, hasta dónde yo sé (se admite margen de error, pues uno no ha de fiarse ni de su sombra) jamás llevó pistola: ni al cinto, ni empuñándola. Lo he dicho mal: Villalonga sí llevó pistola al cinto y supongo que la empuñó más de una vez, pero no era el escritor Llorenç Villalonga sino su hermano Miguel, militar de carrera y escritor también. Miguel Villalonga, de uniforme, llevaba la pistola reglamentaria en el correaje -y más aún durante la guerra: era obligatorio-, pero Llorenç Villalonga a lo más que llegó fue al puñalito falangista que sustituyó por otro de vaga factura florentina -él mismo (que militó en Falange Médica por consejo de un amigo) lo cuenta, inventándoselo o no, en sus Falses Memòries-. Hasta ahí el armamento conocido -lengua bífida aparte- del escritor Llorenç Villalonga. Lo de la pistolita es muy probable que sea fantasía.

Efectivamente: pura fantasía. Como lo es la alargada sombra, que no el origen (éste sí real) de su falangismo. ¿Fue Llorenç Villalonga el único escritor mallorquín que vistió uniforme de Falange? Sin lugar a dudas, no, hubo bastantes, pero del resto todo se calla: se señala a Gafim y poco más. Sin embargo ¿por qué se le califica de escritor falangista y se alude a una doctrina política, como si el adjetivo, más que coyuntural -como así fue-, fuera estructural, tanto en su literatura como en sus ideas? No lo es ni en una ni en otras, pero el malintencionado apartheid del discurso oficial de los buenos continúa y ha de continuar aún mientras seamos como somos. O sea, ni como Fellini, ni como Bertolucci. Por otro lado, nunca he visto a Falange reivindicar a L.V. como a uno de los suyos.

A lo mejor deberíamos establecer con Llorenç Villalonga un paralelismo con sus contemporáneos. No hablo de resucitarlo ni exhumarlo ni de hacer una sesión de espiritismo para consultarle, sino de situarlo en su época -casi un siglo- y conjurar el interesado olvido histórico. ¿Escritor falangista? ¿Y los demás? ¿Exhumamos camisas azules? Bastaría con nombrar y a lo mejor así abandonamos de una vez con la filípica antivillalonguiana y nos dedicamos a la gran calidad de su obra, que continua retratándonos. Todos -los señalados ahora y aquellos de los que se callan sus pecados de juventud- formaron también la radiografía de una sociedad, la nuestra, en una época -los 30/40- que ninguno de nosotros vivió y que por tanto somos incapaces de juzgar en su totalidad. ¿Y continuamos con estas monsergas? Da la impresión de que Llorenç Villalonga -que siempre anduvo en solitario- cumpliera el papel de chivo expiatorio para ocultar lo que serían las vergüenzas de los demás. Es un papel que no le cuadra, pero con los muertos se hace de todo: especialmente convertir en héroes a miserables y al revés; sucede a menudo en estos tiempos incluso con los vivos.

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