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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Amor infinito

Armengol afirmó su compromiso con las cuatro islas "a las que quiere infinitamente". En una millonésima de segundo, lista ella, advierte el camino al que le conduce su discurso, un discurso esencialmente nacionalista

Estaba siguiendo con atención por IB3 el debate de investidura de Francina Armengol como presidenta de la CAIB. La candidata cerraba las intervenciones respondiendo a los diferentes portavoces parlamentarios con su tono habitual: enérgico, apodíctico, sin que la más mínima duda emergiera que pudiera amortiguar la contundencia de su discurso. Dejaba clara en cada alusión sus preferencias en el diálogo político ofrecido a todos los grupos por igual. Eso sí, ignorando a Vox. Cuando se dirigía a Jaume Font estaba claro que abría las posibilidades de concertar acuerdos; cuando se dirigía a Pérez-Ribas o a Biel Company, adoptaba el papel de perdonavidas ante el que el líder provisional del PP respondía con aspavientos y muecas que pretendían ser sonrisas. En boca de Armengol sus posiciones y las del PSIB eran clarísimas como el agua, incontrovertibles. Hizo un canto apasionado (la retórica de Armengol es decimonónica) a las virtudes del pueblo de Balears: gente valiente, comprometida, luchadora, abierta, empática y solidaria, quizá demasiado solidaria, para reivindicar una financiación que permita una prestación de servicios públicos acorde con las del resto del Estado. Las alusiones al pueblo de Balears y a esta tierra sortearon las ambigüedades identitarias nunca resueltas referidas a la Comunidad Autónoma y a cada una de las islas, pueblos y tierras. Reivindicó, con el énfasis implacable con el que después repetiría en su toma de posesión ante el presidente del Senado y tres ministros de Sánchez, la aplicación plena del régimen fiscal del REB, reafirmando, en su condición de presidenta, no estar a las órdenes del PSOE, sino de los ciudadanos de Balears. Obviando, por supuesto, que los ciudadanos de Balears votan pero no ordenan.

Pero lo más significativo aunque, curiosamente, ignorado del discurso, fue su final. Significativo porque es el que permite dibujar de forma nítida el perfil político de la presidenta. Afirmó su compromiso con esta tierra, con las cuatro islas, Formentera, Eivissa, Menorca y Mallorca, “a las que quiere infinitamente”. En una millonésima de segundo, lista ella, advierte el camino al que le conduce su discurso, un discurso esencialmente nacionalista, y añade, sin que pueda apreciarse fenomenológicamente discontinuidad alguna: “como todos ustedes”. Acabáramos, todos los parlamentarios presentes, profesan amor infinito por Balears, las cuatro islas, una o cuatro tierras, no sé. Tradicionalmente se ha utilizado como recurso retórico el amor al territorio en que uno nace. Así se habla del amor al terruño, el amor a la patria; ahora, tras la crisis catalana, Ciudadanos, por boca de Rivera, proclama su amor por España, PP y Vox no se quedan atrás. ¿Qué quedaría del nacionalismo si apartáramos de sus declaraciones el amor a la nación? Aunque no soy partidario de introducir los sentimientos en el debate político, es un lugar común en casi todos los actores políticos, ¿quién no recuerda las apelaciones de Stalin al amor a la madre patria, y no al comunismo, en la guerra contra la invasión hitleriana? También en Mallorca se utilizó en aquel famoso eslogan ecologista “Qui estima Mallorca no la destrueix”. Se trata ni más ni menos que de acudir a una de las construcciones inventadas por los hombres, religiones y mitos, que posibilitan la convivencia de millones de personas a través de sus concreciones: iglesias, naciones, Estados, imperios. El amor, que originariamente es un sentimiento por el que el alma busca el bien verdadero o la pasión que atrae un sexo hacia el otro (en palabras de un personaje de José Carlos Llop, en su libro Oriente, “ya sabes que el amor cantado o escrito es una invención de los trovadores para seduciros a vosotras, las mujeres. Los poetas mienten… El amor sólo es una máscara del deseo”), se convierte en un instrumento político.

Pero en boca de Armengol, deja de convertirse en un simple instrumento político tradicional de dominación para convertirse, al apelar al infinito, dimensión sólo accesible desde la elevación mística, no en un recurso retórico más, algo comprensible dado el material onírico con el que están construidos nuestros políticos, sino instrumento de transubstanciación de la presidenta en madre ubérrima de estas islas. Intentemos contrastar las prédicas con algunas realidades. ¿Es amor infinito a Mallorca el de los dirigentes de Més devorándose como fieras salvajes para conseguir algunos cargos con los que poder vivir de nuestros impuestos? ¿Es amor infinito por los ciudadanos de Palma el demostrado por socialistas, podemitas y nacionalistas independentistas al consensuar en la junta de gobierno el cartapacio de cargos políticos del ayuntamiento? Sólo el referido a alcaldía y cultura, el resto de concejalías aparte, aprobado por decreto de alcaldía de 27 de junio. Alcaldía: Coordinador general de alcaldía/coordinador general de gobierno municipal/jefe de prensa del gabinete de alcaldía/director general de comunicación/director general de protocolo/director general de gabinete de alcaldía/defensor de la ciudadanía/defensor adjunto. Cultura y Bienestar Social: coordinador general de cultura/director general de difusión cultural/director general de música y artes escénicas/director general de artes visuales/coordinador general de bienestar social/director general de bienestar social/director general de infancia, comunitario y proyectos. ¿Es esto amor infinito a la tierra o amor infinito y desordenado de los partidos por los cargos que vampirizan sus afiliados? Un respeto. Ya sabemos que estamos jodidos. Al menos que no nos hablen de amor infinito.

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