Diario de Mallorca

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La velocidad y el volumen de la música son inversamente proporcionales al cerebro. Cuanto más hay de lo primero, menos de lo segundo. Creo -sinceramente- que esta máxima debería incluirse en las leyes de la Física de nuestro siglo. Se cumple con una exactitud milimétrica en una mayoría apabullante de los casos. Y no me refiero únicamente a los coches con la ventanilla bajada y el reguetón a todo trapo. Dice mi admirada Mercè Marrero que el ruido es una forma de violencia. Así que no es de extrañar que triunfe el "turismo de silencio". Algunos seríamos capaces hasta de meternos en un convento de clausura, el último reducto.

El fin de semana pasado salimos corriendo -navegando- de s'Espalmador, para huir de la música a todo volumen de los barcos, los gritos, las motos de agua y las lanchas con prisa. Qué necesidad habrá de ir a Formentera a escuchar musicón cuando Pacha Ibiza está a unos 20 kilómetros de distancia. La misma que tenemos los sufridos bañistas de cala Galiota, en la Colònia de Sant Jordi, de oír sí o sí las melodías con las que el Cassai acompaña la comida de los guiris ante la pasividad del ayuntamiento de Ses Salines. La Policía Local contesta que puede poner música "si no molesta". Como si molestar fuera un criterio objetivo que pudiera sustituir a los decibelios.

Quien, sin duda, conoce la importancia del silencio y su relación con la inteligencia -política- es Francina Armengol. La pobre no tiene un inicio de mandato en paz. Hace cuatro años, un voto díscolo en la proclamación de Xelo Huertas como presidenta del Parlament anunciaba lo que iba a ser una legislatura movidita para sus socios de Podemos. Més se sumaba más tarde a la fiesta. Y parece que esta vez no están dispuestos a esperar. Para qué perder un segundo. La cuestión es que Armengol tomaba posesión de su cargo sin conocer quiénes iban a ser sus consellers -si es que queda alguno vivo entre tanta puñalada-.

Resulta que algunos dirigentes del partido han decidido innovar y renovar -por llamar de alguna manera al espectáculo vergonzante que hemos vivido- la formación después de unas elecciones y no antes. Hay una parte de la autocrítica que no han entendido. Sospecho que es la de "auto". Porque, precisamente, la gestión de Turismo la pasada legislatura ha sido una de las claves de la pérdida de un tercio de sus diputados. Desde la oposición a la masificación se vivía mejor. Llámenme loca, pero tengo la extraña teoría de que presentar de candidato a quien presidía el Consell de Mallorca cuando se construye la autopista Llucmajor-Campos no es la mejor manera de mantener la confianza de su electorado tradicional. Haberlo pensado antes. No es en la actuación de Fina Santiago o Vicenç Vidal donde hay que buscar la fuga de votos que tanto les está costando asimilar. Qué mal acuerdo va a haber teniendo dos consellerias con 4 diputados de 59.

Si algún día me secuestran, quiero que se encargue de mi rescate el equipo negociador del PSIB. Aunque también tengo que confesarles que no creo que hiciera falta demasiada astucia: si me lo propongo, mis captores hasta pagarían por poder devolverme. A estas alturas, quienes han conseguido que los socialistas gestionen casi todas las áreas de peso ya deben de estar llevando cirios a La Sang. Implorando que los trapos sucios de sus socios -qué facilidad para la aliteración- se laven en silencio. Las peores consecuencias del ruido las pagarán ellos mismos. Veremos si les llega el cerebro para bajar el volumen después de un intercambio de sillas que nada tiene que envidiar a los trileros. Para que, al final, se queden los mismos.

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