Diario de Mallorca

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Los grandes grupos políticos europeos afilan sus cuchillos, engrasan sus capacidades de negociación y consumen días y noches de reuniones para ultimar los recambios en los distintos despachos desde los que se dirige (es un decir) la Unión. Socialistas, populares y liberales son los contrincantes que aspiran a repartirse los cargos. Pues bien, me pregunto cuántos de entre los ciudadanos de a pie de España, Francia, Alemania, Italia, Bélgica y el resto de los socios de la UE están al tanto de lo que se encuentra en juego, más allá de sacar conclusiones acerca de una vaga semejanza con el pulso de poderes habitual de cualquier brega política. Juego de tronos era hasta más fácil de entender, quizá porque los escritores y los cineastas explican mejor que los políticos las pasiones que enfrentan a los personajes habituales de sus tramas.

Cuesta trabajo incluso entender los grandes rasgos institucionales del manejo de la Unión. Eurocámara, Comisión, Consejo? ¿Hay alguien, aparte de los que mueven los hilos europeos, que entienda cuáles son las competencias de cada órgano? ¿Se tiene conciencia, siquiera a grandes trazos, de cuáles son los objetivos y, sobre todo, los logros alcanzados en cada uno de los edificios que albergan a los dueños de Europa? ¿Sabemos siquiera donde se encuentra situado cada caserón? Y no me refiero a la calle sino incluso a la ciudad que goza de tales privilegios.

Hemos votado hace muy poco en unas elecciones europeas que han supuesto todo un récord de participación. Pero más allá de constatar que el señor Borrell ha ganado su escaño, aunque parece que no irá a ocuparlo, ni siquiera tenemos -yo al menos- una idea ligera de lo que iba a hacer una vez sentado en él. Se nos dice que renunció a lo obtenido en las urnas porque, estando la constitución del nuevo Gobierno del presidente Sánchez en el aire, sin fecha siquiera para la sesión de investidura y con muchos interrogantes acerca de cómo puede terminar ésta, el país no se puede permitir el quedarse tantas semanas e incluso meses sin un ministro de Asuntos Exteriores. Eso lo entiendo hasta yo. Lo que se me escapa es la coletilla: parece que si le ofreciesen a Borrell un cargo de comisario de lo que fuese, lo aceptaría. ¿Qué sucede, que en ese caso ya no sería necesario tener alguien al frente de la cartera de Exteriores en Madrid?

Me pregunto de qué manera puede avanzar la Unión Europea hasta convertirse en la confederación soñada si ni siquiera comprendemos bien (insisto; yo al menos) qué hace ahora y cómo lo lleva a cabo, en el supuesto de que haga algo concreto más allá de repartirse codiciados cargos que llevan incluidas muy jugosas nóminas. ¿Se sabe, por ejemplo, qué cobran, cuánto trabajan y qué han conseguido los eurodiputados en la legislatura anterior? Pero, ¡ay!, preguntarse eso debe ser síntoma de una demagogia peligrosa. Se ve que me he vuelto populista sin siquiera intentarlo.

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