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Calles y escoltas

1) Calles. Me dicen que existe un informe donde se propone cambiar algunos nombres -no sé cuáles- del callejero de Son Armadans o Son Armadams. Lo digo así porque en su fundación, pese a hacer referencia a la familia de los Armadams, se llamó Son Armadans y así se conoce en España y en los departamentos de literatura de las universidades norteamericanas gracias a la revista que creó Camilo José Cela, cuya primera casa palmesana -y sede fundacional de la revista literaria- estuvo en la calle Bosque, que hoy lleva el nombre del escritor. Pero Son Armadans es un barrio relativamente nuevo -en comparación, por ejemplo, con El Terreno-, y en su creación tuvieron mucho que ver tanto Lluís (Lluissot) Fàbregues -que escribió tres tomos sobre Palma, Ca Nostra, y otro sobre El Terreno- como el magnate Juan March Ordinas (su mujer, Leonor Servera, sufragó gran parte de la iglesia de Santa Teresita, parroquia del barrio).

Por estar cercano al mar Son Armadans o Armadams posee una luz maravillosa -probablemente la mejor de Palma- y una serie de calles que llevan el nombre de marinos ilustres: Yáñez Pinzón -que dio apellido, en las novelas de Salgari, al lugarteniente de Sandokan-; Núñez de Balboa -que pese a no ser marino, navegó más que nadie y descubrió el Pacífico para los occidentales-; el italiano Andrea Doria; los portugueses Vasco de Gama y Magallanes (aunque estos son más de Son Alegre que de Son Armadams); Álvaro de Bazán -que combatió en Lepanto contra los turcos-, y los almirantes de la Armada española Cervera, Gravina y Churruca. Dejando de lado a los extranjeros, a descubridores y conquistadores de América y al almirante Cervera, que vivió en el siglo XIX, los demás son marinos nacidos en el siglo XVIII y fallecidos, como mucho, a principios del XIX. O sea, muy lejos todos de la infausta guerra civil española del 36-39.

Comento este detalle porque parece que en ese informe se propone -es sólo una proposición- quitar la calle a esos almirantes en aplicación de la Ley de Memoria Histórica o aprovechando algo así. Esto me dijeron y tal como me lo contaron -imprecisamente- lo repito, incrédulo y estupefacto, por si acaso. Pero cuando digo "algo así" me refiero a difuminar los rastros de nuestra historia común. Churruca y Gravina, junto con Alcalá Galiano combatieron en Trafalgar frente a Nelson y ninguno nos vamos a creer -y menos aún si se ha leído a Galdós- que no hubiera mallorquines, menorquines o ibicencos en alguno de los barcos de aquella flota. Todos esos nombres son nombres de un pasado que existe -el pasado nunca se borra- y no hay ninguna necesidad de quitarlos de en medio, agrediendo de paso a todos los habitantes de un barrio tranquilo, civilizado, amable, bastante libre, ajeno a tics endogámicos y vicios de provincia. Y que pese a estar descuidado municipalmente en más de un asunto, jamás ha creado problema alguno. Mejor no tocarlo, créanme.

2) Escoltas. Durante la guerra de Irak se estableció una curiosa figura para el corresponsal: el empotrado. El término se refería al empotramiento físico del periodista entre las tropas de guerra. Así corría menos peligro y al mismo tiempo dejaba de ir por libre y no podía informar de lo que no se le dejaba ver. Hace un par de semanas -era sábado y las cinco de la tarde- vi al president de La Generalitat en la calle Cadena, junto a Cort, e iba empotrado entre guardespaldas que supuse mossos d'esquadra. Andaba el hombre sellado por sus propias fuerzas de seguridad y pensé no en la prudencia -nuestras calles no son violentas- sino en el miedo. En cómo uno proyecta su miedo a lo que detesta, sobre sí mismo. Esta semana cuando el presidente de La Generalitat salía del Liceu, hubo un accidente frente al teatro -una conductora escapaba de la policía tras cometer una infracción- y según informaba La Vanguardia, Torra se llevó un buen susto porque creyó que aquello era un atentado contra su persona. Lo que iba diciendo: se juega con fuego y a la mínima chispa crees ver un incendio. Algunos le llaman a eso paranoia.

Uno no pide que los presidentes autonómicos sean émulos de Salvador Allende en el bombardeado Palacio de La Moneda, pero en fin. Si malo -por pretencioso y darse pisto- es que un presidente autonómico de una tranquila comunidad vaya con escolta, peor -por patológico- es creer que la necesita. Somos una sociedad libre y ningún político autonómico o local necesita llevar escolta. Al menos fuera de Catalunya. Incluso en el País Vasco pueden ir sin escolta. Aquí los tuvimos -imberbes de la política o recién llegados a ella- que se paseaban con el policía a dos pasos. Y ha sido la actual presidenta de Balears al llegar al poder hace cuatro años, quien dijo que nanay, que la vida es mejor sin escoltas. Y sin tener causas para llevarlos. En La Generalitat deberían tomar nota: quizá se relajarían un poco, que ya va siendo hora.

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