La enorme frustración de Més es un pesado lastre para el episodio II del Govern de Francina Armengol. El micrófono desde el que la presidenta pronunció un discurso de trámite aún vibraba cuando se avistó la primera crisis procedente del bando nacionalista.

Dos de los perdedores del partido -Bel Busquets, derrotada en el Consell de Mallorca, y Guillem Balboa, que dejó un erial a su sucesora en el Ayuntamiento de Alaró- descalificaron y humillaron a los negociadores. Rechazaron la posibilidad de repetir como consellers a Fina Santiago y Vicenç Vidal y tumbaron la ilusión, incomprensible dicho sea de paso, de Miquel Ensenyat de convertirse en senador.

Armengol acababa de abandonar la sala de las cariátides y en una tertulia dirigida por Maitane Moreno en la Ser ya comentábamos la rabia que se ha adueñado de las filas nacionalistas. Es el principal riesgo al que se enfrenta la reedición del Pacte. Las causas hay que buscarlas en primer lugar en los resultados electorales. Més ha perdido influencia en el Parlament, en los consells y en los ayuntamientos. Menos representación supone merma de cargos.

El 28 de mayo escribimos que el reto de la presidenta durante las negociaciones era dejar a sus socios “moderadamente satisfechos para que no se rebelen, pero sin otorgarles puestos que relumbren lo suficiente para resucitarlos”. Con Més ha fracasado.

El problema se agrava porque una parte del partido atribuye los malos resultados a jugarretas de Armengol a lo largo de los últimos cuatro años. El caos en que se convirtió la conselleria de Cultura fue el primer síntoma de que algo chirriaba. Los escandalosos contratos, al margen de su legalidad, con el gurú electoral de la formación desvelaron la existencia de dos corrientes: la de quienes aspiran a una organización éticamente impecable y la de los veteranos que cuelgan en el dintel la frase ‘Todo por el partido’, igual que la Guardia Civil exhibe el ‘Todo por la patria’. La dimisión de Biel Barceló como vicepresidente y conseller de Turismo por sus vacaciones caribeñas fue el culmen de los despropósitos.

Algunos sectores del partido ven la mano negra de Armengol detrás de cada una de sus desgracias. El jueves el cielo despejado contrastaba con los nubarrones negros que se cernían sobre Més y sobre el Govern nonato. Fue una tabla de salvación a la que se pudo agarrar Biel Company, líder de la oposición, con un partido más debilitado que Més y con un futuro tan incierto como el de los frustrados consellers y senador de los nacionalistas.

Armengol buscaba una investidura suave con unos Acords de Bellver de escaso calado. Basta repasar los verbos escritos en las 200 medidas. En 71 casos se trata de mera continuidad con “estendrem”, “completarem”, o “millorarem”. En 20 cuestiones se deja al albur del Estado. Se plantean 45 compromisos de baja intensidad con voces como “estudiarem”, “proposarem” o “fomentarem”. Solo en 30 ocasiones se encuentran compromisos supuestamente firmes expresados con “farem”, “aprovarem” o “implantarem”.

Tanta moderación y baja intensidad para que todo salte por los aires por la rabia y ansias de venganza que se han instalado en un amplio sector de Més. Además de por la falta de liderazgo fuerte y claro. La fiesta por la reedición inédita de una mayoría de izquierdas en Balears quedó ensombrecida por la división nacionalista. Conviene recordar la advertencia de Confucio: “Antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas”.