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Sucedió hace 50 años

Pocos días después del desastre de bahía de Cochinos, en abril de 1961, Kennedy citó al vicepresidente Lyndon B. Johnson para formularle la famosa pregunta de si existía la posibilidad de derrotar a los soviéticos colocando un laboratorio en el espacio o con un cohete que fuese a la Luna y regresase con un hombre. Johnson era, junto al secretario de Defensa, Robert McNamara, el más convencido de que para ser el primero en todo lo demás, había que serlo también en el espacio. Kennedy sacó a relucir sus grandes dotes de propagandista y, en mayo de ese mismo año, comprometió públicamente a Estados Unidos en el proyecto Apolo con el fin de conseguir prestigio tecnológico después de las sucesivas humillaciones en la carrera con los rusos. Los soviáticos habían puesto en órbita, entre 1957 y 1961, al Sputnik, el Vostok, Gagarin y la perrita Laika. Y, en 1959, a la sonda Luna-2, primer artefacto en impactar en nuestro satélite. Como respuesta, los estadounidenses sólo habían lanzado, el 31 de enero de 1958, el Explorer 1, que pesaba menos de 14 kilos. Pero las carreras no siempre las gana el que empieza tomando ventaja y aquella sirvió, después de los 1.200 satélites y sondas espaciales lanzadas por los dos contendientes, para empezar a decidir el resultado de la Guerra Fría que acabó con la Unión Soviética extenuada. Por dar unas cifras, cuando concluyó la carrera, en 1972, Estados Unidos y la URSS habían gastado 100.000 millones de dólares en sus respectivos programas. Cincuenta años después, Estados Unidos quiere volver para quedarse allí. El interés en la Luna renace cuando el gasto en la Tierra se ha hecho insoportable para las economías.

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