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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Pasar página

De joven deseas que las páginas de tu vida pasen. Quemar etapas rápidamente. De mayor sucede lo contrario. Quieres que las cosas que valen la pena duren mucho: como acompañar a tus hijos cada mañana al colegio

Hace unos días, mi amigo Tià escribía un tuit en el que decía que esa mañana era la primera del resto de su vida sin acompañar a un hijo suyo al cole. Él no es muy prolífico en redes, y menos si se trata de compartir públicamente emociones (salvo si hay que hablar de fútbol, claro). Es una persona equilibrada, centrada y con una gran capacidad para disfrutar de las cosas pequeñas. Supongo que, por eso, lamentaba que ese tiempo que pasaba cada mañana con su hijo pequeño en el coche, hablando de sus cosas, estando en silencio, escuchando la radio, repasando los apuntes, estampándole un beso y deseándole un buen día, había pasado demasiado rápido. Ay, la vida. Oh, la vida. Caray con la nostalgia.

Hay veces que uno es capaz de, casi, escuchar el sonido de la hoja de la libreta pasando página. Mi amigo Tià le ha puesto fin a una, pero sus hijos comienzan un nuevo cuaderno. Una de las cosas que mejor distinguen la madurez de la juventud es que de mayor cada página que gira te hace ser más consciente del paso del tiempo, mientras que de joven lo único que quieres es comenzar, día sí, día también, una nueva. Cuando eres adolescente, la sensación de que el tiempo pasa rápido es lo que te hace sentir que vives intensamente. Quieres acabar el colegio y matricularte en otra formación. Finalizar los estudios y encontrar trabajo. Volver de un viaje y emprender otro. Salir una noche y volver a salir la siguiente. Dejar a una pareja y comenzar con otra. En definitiva, quieres comerte la vida a bocados. Sin embargo, al hacerte mayor el aprendizaje es otro: disfrutar, saborear y desear que la vida no pase tan rápido. Menos bocados veloces y más rumiar. Menos experiencias, pero que sean mejores y duraderas. O, al menos, eso creo. O, al menos, eso intento.

Uno de los grandes motivos para disfrutar de la vida es tener hijos. Los hay muchos muchísimos, pero pocos son tan trascendentes. Algunos padres guardamos todos y cada uno de los detallitos que representan parte de su existencia. No hay espacio suficiente para almacenar tantos recuerdos. Una amiga guarda todos los dientes de leche de sus hijos en una cajita, otra los dibujos y todas archivamos los trabajos y las cartas que nos han ido dejando sobre nuestra cama a lo largo de los años. A pesar de que la mayoría padecemos una especie de síndrome de Diógenes y no nos deshacemos de ninguna de las manualidades obsequio de nuestros hijos, el quid de la cuestión está en saborear los momentos más cotidianos. Porque esos serán los que de verdad añoraremos cuando se acaben yendo. Cuando la página pase.

Tià, en vez de quejarse por tener que soportar el atasco matutino de la zona de colegios, le daba la vuelta a la situación y la vivía como una oportunidad. Algo parecido sucede con el momento de los baños, de la cena o de acompañarles y arroparles en la cama. Tres costumbres que para muchos son motivo de trifulca y de tedio y que para otros son páginas que todavía no han girado. Así que, mientras podamos escribir sobre ellas, escribamos. Escribamos mucho y bien. Y a los hijos de Tià, ¡mucha suerte!

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