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Cincuenta años no son nada

Hoy celebramos unas pedradas y unas hostias que cambiaron el mundo y lo hicieron mejor, pues ningún derecho civil, desde el voto femenino a los de la población LGTB, se ha logrado pidiéndolo por favor

Lo llamaban, con ese humor que nace de la resiliencia, "el abrevadero de la Sabana". Allí bebía la gacela, la elefanta, la cebra y el búfalo. Porque en la clandestinidad, toda la diversidad es una. Eso era el Stonewall Inn de Nueva York hace cincuenta años. Un lugar insalubre, controlado por una mafia que tan pronto les servía una cerveza como pactaba con la policía una redada "de maricones" para que dejasen en paz al resto de sus locales. Mirando hacia atrás comprendes que entre las muchas dinámicas que han caracterizado a la población de lesbianas, trans, gais y bisexuales del mundo está la de saber crear sus propios oasis de libertad en medio de la hostilidad y la represión. Hoy recordamos que hace cincuenta años, un 28 de junio de 1969, los clientes y clientas del Stonewall Inn le plantaron cara a la policía, a toda una sociedad, y gritaron ¡basta ya! Tal vez por eso, mirando a nuestro alrededor, observando con preocupación la proliferación de los discursos y delitos de odio -hoy legitimados en las urnas, en los pactos políticos y en los medios de comunicación-, conviene recordar varias cosas. Porque, a la vista está, que cincuenta años, en términos históricos, son nada.

El Orgullo no es una fiesta. En el Orgullo, desde el amor propio que se nos negó, celebramos los derechos logrados, faltaría más, pero sobre todo reivindicamos los que aún nos quedan por conseguir, denunciamos la discriminación y las injusticias, cuestionamos un sistema que nos acepta en la medida en la que nos asimilamos a él o directamente nos condena a un incómodo margen, recordamos que mientras exista un rincón en el planeta en el que una persona pueda ser condenada, vejada, discriminada, asesinada, por su orientación sexual y por su identidad y expresión de género, nuestra lucha seguirá viva. El Orgullo es uno pero son muchos y diversos, y vienen a recordarnos unos disturbios en las calles de Nueva York. Pedradas, hostias, enfrentamientos con la policía y detenciones. Aunque el paso del tiempo atenúe el relato histórico, con maquillaje amable, como quien adultera un alimento con azúcar para que nos guste más, conviene recordar los hechos para poder reivindicar nuestra memoria histórica. Hoy celebramos unas pedradas y unas hostias que cambiaron el mundo y lo hicieron mejor. Porque ningún derecho civil, desde el voto femenino hasta los de la población LGTB, se ha logrado pidiéndolo por favor.

Se cumplen cincuenta cincuenta años de Stonewall y es nuestra historia. Pero también es nuestra historia el Pasaje Begoña, en Torremolinos, un calle pequeñita en la que, en los años 60, en plena España franquista, se abrieron los primeros locales de ambiente gay y lésbico, convirtiéndose en todo un referente a nivel europeo, hasta que el 24 de junio de 1971, la policía de la dictadura irrumpió, en una redada salvaje, cerrando locales y deteniendo a 300 personas. ¿El delito? Atentar contra la moral y las buenas costumbres. Curiosamente es la misma moral y buenas costumbres que valora y predica la extrema derecha, hoy sentada ya en nuestras instituciones y decidiendo políticas gracias a los pactos más irresponsables de la historia democrática de España. Y volvemos a pensar que cincuenta años son nada. Y que no debemos olvidar nuestra historia porque nuestra percepción del pasado no solo explica nuestro presente sino que determina nuestro futuro.

Por eso hoy, 28 de junio, Día del Orgullo LGTB, quiero dedicar esta columna a todas aquellas personas trans, mujeres lesbianas, hombres gais, bisexuales, de Stonewall, del Pasaje Begoña, de la manifestación de las Ramblas de Barcelona en 1977, de los colectivos y frentes de liberación homosexual, a los represaliados y a los que sufrieron el armario de la España más dura y violenta, y que hoy tienen sesenta, setenta, ochenta años, y están absolutamente invisibilizados por el propio movimiento LGTB. Alguien habrá que diga que eso le sucede a todos los mayores en esta sociedad y tendrá razón. Pero en la historia de los derechos de gais, lesbianas, trans y bisexuales sería un enorme ejercicio de ingratitud y desmemoria repetir los errores de la sociedad heteropatriarcal. Esas personas merecen nuestro respeto y cariño porque se partieron la cara por nosotros, lucharon por abrir el cauce a todos los derechos y libertades que disfrutamos ahora, sufrieron las cárceles, la ley de peligrosidad social, la represión y las terapias de "reconversión" que hoy, cincuenta años después, practica el Arzobispado de Alcalá de Henares -y los que aún no sabemos- y que esa extrema derecha considera que hay que permitir porque un padre tiene derecho a torturar a su hijo. ¿Veis? Cincuenta años son nada.

A pesar de lo conseguido, que no es poco, seguimos sin poder respirar tranquilos. Marisa Castro, la que fuera diputada de IU y la primera en abrir las puertas del parlamento español al movimiento lgtb, siempre cuenta que los derechos de la mujer y los de la población LGTB son derechos malditos, porque nunca se puede bajar la guardia, porque siempre existirá la tentación de cuestionarlos y arrebatarlos.

Aprovechemos que se cumplen cincuenta años de Stonewall, y cuarenta de la despenalización de la homosexualidad en España, para rendir homenaje a nuestros mayores, visibilizarlos, escuchar su historia, que es la nuestra, mantener viva esa memoria histórica por pura justicia social y por mera gratitud. Que para ingratitud ya tenemos a algunos políticos gais del PP y Ciudadanos.

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