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El penitente

Voy a tener que repasar mis textos de Historia porque hasta la fecha tenía el convencimiento, qué gran error por mi parte, de que el descubrimiento de aquellas mal halladas Indias era una empresa puramente castellana

El ministro de Asuntos Exteriores in pectore de la "Secundísima" -de segundos- República de Cataluña se ha llegado a México con el objeto de pedir disculpas a los nativos del lugar por la conquista; es bueno, en principio, esa facilidad del referido funcionario en el menester del humilde gesto de pedir disculpas; quizá pueda seguir esa misma línea y seguir pidiendo disculpas por otros desaguisados más cercanos en el tiempo.

Nadie negará que la especial manera de entender la vida de los habitantes del Principat, salvadas las excepciones que se hallen, es siempre fuente de alguna algarabía, sorpresa, gracejo o chanza; no es de extrañar que las mejores publicaciones humorísticas sigan teniendo su más adecuado hábitat en Barcelona. El referido solicitador de perdón es la más genuina muestra de aquel complejo de inferioridad que encontraba otro catalán, Josep Pla, ya dicen que no hay peor cuña que la de la misma madera, que además mantenía que esa sensación dejaba a los catalanes "psicológicamente colgados en el aire".

Voy a tener que repasar mis textos de Historia porque hasta la fecha tenía el convencimiento, qué gran error por mi parte, de que el descubrimiento de aquellas mal halladas Indias era una empresa puramente castellana; seguramente leí mal y en vez de "castellana" relataba el texto de bachiller "catalana", que tiene las mismas sílabas y hasta casi las mismas letras. Y debe ser ésta última la verdad manifiesta por cuanto el sobrevenido canciller del antiguo regne de Aragón, ha ido él, y no otro, a pedir disculpas y es de todos conocidos que las disculpas son siempre personales, particulares, intransferibles; ergo habrá que considerar que el referido enviado republicano siente su alma cargada y ahíta por la responsabilidad personal de sus hechos o en su caso de sus antepasados para con los nativos mexicanos.

No acabo de entender que en el país del seny a alguien se le ocurra desplazarse 9.000 kilómetros para pedir perdón por algo que no admite haber hecho; es algo tan incomprensible como si un paisano de Minglanilla, provincia de Cuenca, se presentara en Galicia para pedir perdón a los gallegos por los estragos de las incursiones vikingas. Ridículo, ¿verdad?

En fin, es lo que hay en el muestrario de gentes que dicen encargarse de los problemas de los ciudadanos; el referido funcionario, cuya excursión de penitente han abonado a escote todos los catalanes, le ha mandado a los paganos de sus desvelos de conciencia un mensaje inequívoco: "A mí lo que me importa es lo que piensen los mexicanos de nosotros, no lo que a ustedes les quita el sueño".

Es mi esperanza que ahora no se desperdicie la especial habilidad y tendencia del referido enviado en eso de suplicar el perdón por asuntillos de hace unos siglos; se me ocurre que el dicho mensajero a su vuelta de la capital azteca puede enganchar con un vuelo que le lleve a Grecia y empezar un recorrido por aquellos parajes que disfrutaron del turismo de aquellos almogávares y de las huestes de Roger de Flor, que por cierto sigue teniendo calle en Barcelona y algunos de sus principales de nombres tan catalanes como Ferran d'Arenós, Fernando de Ahonés, Berenguer de Entença y Bernat de Rocafort. Mire que en aquellos sitios tiene mayor motivo para sentirse abrumado por la culpa y preguntarse la causa por la que en albanés "catalán" es sinónimo de monstruo o de hombre malvado, o por cuál es el motivo por el que los conciudadanos de nuestro enviado internacional tenían prohibido el acceso a Monte Athos durante siglos.

Al fin y al cabo, entre la causa de sus disculpas en México y la recomendable presentación de disculpas a los que por entonces eran habitantes de aquellas tierras tan solo van unos pocos cientos de años, pero los motivos de los conquistadores castellanos y de los mercenarios catalanes eran exactamente los mismos: los dineros y quizá el odio. Como dice mi admirado Pérez Reverte, no es bueno sacar a pasear a los abuelos con el ánimo de hacer gala de sus andanzas con afán de loa, porque a lo mejor hallamos en ellos algún motivo de vergüenza.

No puedo evitar plasmar en estas líneas un momento que pude ver en un magnífico documental de una televisión, no recuerdo si polaca o alemana, en la cual el nieto del que fuera komandant de Auschwitz, en su treintena, acudió por primera vez en su vida a visitar el campo. En una misma sala de aquel matadero se encontró con un grupo de estudiantes israelíes que iban acompañados de algunos supervivientes de la Shoa. Con lágrimas en los ojos, Rainer Höss pidió disculpas a aquellos jóvenes por lo que había hecho su abuelo. En ese momento se le acercó un anciano, le mostró el desdibujado número tatuado en su antebrazo, le abrazó y le dijo: "No debes pedir disculpas, tú no eres responsable por lo que hizo tu abuelo, tú eres otra persona". En esa escena pude ver grandeza en un lado y en el otro. Aprendamos.

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