Hace demasiados años que el Ayuntamiento y el alcalde de Palma han perdido autoridad. Una cualidad no ejercida con golpes en la mesa, gritos histéricos o pistolas. Autoridad ajustada a la tercera acepción de la Real Academia: "Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia". O mejor aún, en el sentido de la auctoritas romana: "La ostenta aquella personalidad o , que tiene capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre una decisión".

Ni José Hila ni Antoni Noguera ni Mateo Isern, solo por citar uno de cada partido que ha gobernado el ayuntamiento en democracia, se han convertido en líderes morales capaces de capitalizar las fuerzas de la ciudad. Más bien lo contrario. Los ciudadanos sienten que una cierta anarquía se ha adueñado de la capital.

Algunos ejemplos avalan esta idea. Decenas de grafiteros llenan de mamarrachos las calles y plazas del centro y barrios degradando ambientalmente la ciudad. Nadie replica ante tanta porquería. Ni se actúa contra ellos ni se borran de inmediato sus agresiones al patrimonio individual y común.

La campaña de Àngels Fermoselle y ARCA también topa con la desidia de los cuerpos de seguridad. Ya se han pintarrajeado las murallas renacentistas. El próximo ataque se producirá en la Seu, la lonja o Bellver. En Cort no aparece ninguna autoridad para levantar a los ciudadanos contra los grafiteros descerebrados.

Lo mismo sucede en los trenes. José Ramón Orta combatió desde la cúpula de Serveis Ferroviaris a los idiotas que pintarrajeaban los convoyes. La cúpula actual se ha rendido. No queda un vagón sin garabatos. Pronto parecerán los degradados trenes de la Circumvesuviana napolitana o del Bronx neoyorquino.

La quema de contenedores es otro ejemplo de la impunidad con la que actúan quienes noche tras noche destrozan el patrimonio común. Atentan contra el patrimonio. También contra la seguridad y la tranquilidad de los vecinos.

La suciedad, los trastos abandonados en la calle a destiempo o las Vías de Atención Preferente por las que ningún conductor se siente concernido, son más ejemplos de la falta de referentes que inciten al civismo ciudadano.

¿Cuáles son las causas? Múltiples y variadas. Como siempre. Destaca el hecho de que hayan abundado los alcaldes débiles, más preocupados por la pérdida de un voto que por ejercer su autoridad. Ediles que se enredan y dedican muchas horas a gestos inútiles pero son incapaces de dirigir sus esfuerzos a crear una ciudad más amable, más educada y más orgullosa de su belleza.

Tampoco ayuda tener una policía local salpicada por la corrupción. Los agentes no se imponen solo con multas, pistolas y silbatos. También necesitan auctoritas. Los acontecimientos del último lustro no ayudan a confiar en ellos ni a tenerles como referentes del cumplimiento de las normas.

La culpa no es atribuible solo a las instituciones públicas. También se ha producido dejación en la educación de las nuevas generaciones. El coleguismo con el que se trata al profesor y hasta a los padres trasciende a la calle. Si un joven no se siente obligado a cumplir una normas de urbanidad en la escuela o en el hogar, difícilmente sentirá que debe observarlas en las calles.

Palma se degrada por falta de autoridad bien entendida. El problema es que cuando está extendida la sensación de que se ha declarado la barra libre resulta complicado desandar el camino. Ni aunque se hubiera elegido a un general para guiar la redención.