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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Vox no es fascista, es el integrismo nacionalcatólico

El fascismo español de hecho nunca existió, lo que hubo y hay es un integrismo nacionalcatólico, del que se nutrió la dictadura del general Franco, y ahora se ha encarnado en Vox

La jura del cargo de un concejal de Vox en una localidad valenciana explicita lo que es ese partido: el electo, joven, aderezado con poblada barba, jura por Dios y por España la Constitución, al tiempo que, por imperativo legal, acepta el Estatuto de autonomía, que incluye en la alambicada promesa, tan farragosa como las de los nacionalistas irredentos e izquierdistas sin causa de Podemos. El juramento del entusiasta concejal permite entender qué es Vox, una organización nítidamente amarrada en el puerto de la extrema derecha al desgajarse del PP, pero que no puede ser definida como fascista. El fascismo de Mussolini y hasta el neofascismo falangista de José Antonio Primo de Rivera es otra cosa. Yerran quienes meten a Vox (yo lo hice) en el campo del fascismo. El de Benito Mussolini fue algo muy serio, letal para Europa; el de Primo de Rivera, insignificante, devino en una cuadrilla de asesinos que regó de sangre las tierras de las Españas a lo largo de la Guerra Civil para acabar hallando sus integrantes acomodo personal en la dictadura del general Franco.

Entonces, ¿qué es el partido de Santiago Abascal, Rocío Monasterio, Javier Ortega y Espinosa de los Monteros? Atendamos a la imagen del concejal: enarbola un crucifijo y jura por Dios y por España. Lo de siempre en la cepa hispana, en magnífica descripción de Antonio Machado. Vox es la postrera expresión, por ahora, del integrismo católico español, del nacionalcatolicismo, que nutrió ideológicamenter a la dictadura franquista. Vox es el partido político de buena parte de los obispos españoles, que tienen en Antonio Cañizares, cardernal arzobipo de Valencia, a su líder espiritual siendo Antonio María Rouco Varela, que fue cardenal arzobispo de Madrid, su inspirador hasta que el Vaticano lo despachó sin miramientos al llegarle la jubilación. Vox es eso: nacionalcatolicismo, integrismo, antieuropeísmo, seguir creyendo que España ha de ser otra vez una, grande y libre. Su extremado liberalismo económico corre parejo a su furibundo antiliberalismo moral. El discurso que proclama es el del odio hacia los homosexuales, a la igualdad entre hombres y mujeres y, cómo no, la execración de la violencia de género, transmutada en violencia intrafamiliar achacable por igual a ambos sexos. Abominar del aborto completa su cuerpo doctrinal antiliberal. La semejanza con el partido polaco Ley y Justicia es evidente. Nada hay en las salmodias de Vox que creen irreconciliable disonancia con las de los obispos españoles. ¿O es que no es lo mismo que dicen desde el púlpito los ordinarios de Alcalá de Henares, Córdoba, Las Palmas, Bilbao y numerosas diócesis españolas, pastoreadas por eminencias a las que el papa Francisco saca de quicio, al igual que a Espinosa de los Monteros, que se despacha con que el pontífice romano acoja en el Vaticano a todos los migrantes que desee?

Vox bebe el bebraje destilado por hombres que en el pasado impartieron doctrina sobre la España eterna: Vázquez de Mella, Jaime Balmes, Donoso Cortés, que reclamaba la dictadura cuando la legalidad daba muestras de no ser suficiente para mantener el orden, y, en los tiempos de la Segunda República, José Calvo Sotelo, cuyo partido, Renovación Española, que siempre azuzó el golpe de Estado, es el precedente que más semejanzas guarda con el de Abascal.

El fascismo español no se ha reencarnado en Vox. Bien mirado no hubo nunca un verdadero fascismo en España. Sí existió y vuelve a pugnar por imponerse un nacionalcatolicismo provisto del pétreo integrismo moral que emascula a España desde Trento. Con eso pactan PP y Ciudadanos. Del primero se entiende: es carne de su carne; del segundo, pretendidamente liberal, europeísta y enemigo del etnicismo nacionalista, no puede comprenderse. De Albert Rivera nada es inteligible, salvo el absurdo.

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