Rafel Nadal acaba de conseguir su duodécimo Roland Garros. Con ello, el tenista de Manacor se convierte en el primer jugador de la historia que conquista este prestigioso torneo una docena de veces, y desde su posición de número dos del mundo se coloca solo a dos títulos de Grand Slam de Federer y tres más sobre Djokovic.

Es un palmarés extraordinario, que habla por sí solo y sobre el que resulta fácil deshacerse en justificados elogios. Sin embargo, en el caso de Rafel Nadal, no basta con deslumbrarse, sin más, ante el resplandor de su impresionante vitrina de trofeos. Importa también, y mucho, fijarse en cómo ha labrado su éxito, la actitud ejemplar que transmite, el significado de sus gestas y la repercusión mundial que tienen para Mallorca. E incluso para Manacor.

Estamos ante un tenista único de grandes valores deportivos y humanos en el que no todo es innato o fruto de una mera fuerza física irrebatible. Si Rafel Nadal es respetuoso y solidario con el rival, si mantiene una permanente actitud discreta y humilde o si lleva, como hace, la constancia y el sacrificio hasta el linde del agotamiento abnegado, es porque desde los tiempos de su misma formación, siendo todavía un niño, ha podido y sabido procurarse un entorno familiar y técnico que le ha inculcado estos cimientos de una personalidad sólida y firme, incapaz de sucumbir ante unos triunfos que, en su propia naturaleza, como ya consagró en su día Rudyard Kipling en su memorable poema, pueden ser igual de traidores que el fracaso. La clave está en saber administrar ambos conceptos. Y Rafel Nadal da prueba constante de saber hacerlo.

La cuestión es fundamental porque en ello también va el realce y mantenimiento de los valores intrínsecos del deporte. Las generaciones jóvenes pueden ver en el ídolo Rafel Nadal la importancia de la nobleza, la participación y el juego leal y abnegado. "La mejor virtud que poseo es tener gente buena al lado", declaraba el flamante vencedor de Roland Garros el martes a Diario de Mallorca, al tiempo que también admitía el cansancio causado por el dolor de su constante esfuerzo físico.

Nada de arrogancia, el mito no se autorreconoce, es de carne y hueso y no tiene reparo en mostrarse como tal. Esta también es una victoria fundamental de Rafel Nadal, sobre todo por lo que supone de influencia y reflejo para el incontable número de aficionados, seguidores y curiosos que tienen fijada su atención sobre el comportamiento del tenista.

Dicho todo esto, no se puede dejar al margen el hecho de que Nadal mantenga una fundación y una academia de tenis en Manacor que esta misma semana ha vivido la graduación de una promoción de sus alumnos procedentes de todo el mundo. La fundación es el elemento a través del cual canaliza su faceta más solidaria y la academia, aparte de su aporte docente, es sin duda un revulsivo económico y de prestigio para el Manacor natal del que Nadal nunca se ha desvinculado.

Este es otro elemento a destacar en el palmarés integral, no solo deportivo, del tenista. Son conocidos los abundantes casos de deportistas españoles de élite que optan por fijar su residencia en el extranjero, cuando menos en busca de un mayor beneficio fiscal. No es el caso de Rafel Nadal. Las ganancias acumuladas con su exitosa carrera han servido en distinta forma para una mayor aportación a la proyección que en torno a su figura se hace de Mallorca y Manacor.

Importa mucho que este vínculo se realice y mantenga en los términos y valores que han marcado la trayectoria y el comportamiento del tenista convertido ya en leyenda, cuando todavía está en pleno desempeño de su dura actividad deportiva, donde sus éxitos nos enorgullecen a todos.