El muy maquiavélico Nicolás de Maquiavelo escribió, además de El príncipe, las Istorie florentine. En esta obra expresa su admiración por Venecia: "Por un tiempo fue su casi fatal sino que la República de Venecia perdiera en la guerra y que venciera en los pactos; y aquello que en la guerra perdía, después la paz se lo devolvía doce veces multiplicado".

El Partido Popular nacional parece que va a recuperar en el frenesí de las alianzas lo que ha perdido en la batalla electoral. Madrid -capital y región- Murcia, Castilla y León y Andalucía, esta última si ponemos el retrovisor, son derrotas que van camino de proporcionar un botín inesperado a Pablo Casado.

Para salvar el cuello ha tenido que renunciar a buena parte de su discurso. Por ejemplo, cuán lejos quedan los tiempos en que los populares hablaban de "¡vaya tropa!" -José María Aznar dixit- cuando una alianza de izquierdas les arrebataba un territorio donde eran la lista más votada. Lo que en Balears fue el mantra de los populares durante tres legislaturas, ha caído en desuso.

Los juegos de coherencia, o mejor incoherencia, entretienen hoy por hoy a los medios de comunicación. El riesgo es que un día sean los votantes quienes repasen las hemerotecas. Si tal cosa llegase a suceder, no acudiría a las urnas ni el diez por ciento de los convocados.

Es sorprendente que lo que Pablo Casado está logrando en autonomías y ayuntamientos peninsulares, se le niegue a Biel Company en Balears. Los populares de las islas han sufrido una debacle generalizada. Por primera vez en la historia han dejado de ser la fuerza más votada en las autonómicas y lo que es peor, salvo en el Consell de Eivissa, las opciones de pacto se han esfumado casi por completo en los ayuntamientos. En ocasiones, por falta de suma con Ciudadanos, El Pi o Vox. En otras porque, sobre todo los regionalistas, han preferido lanzarse en brazos de la izquierda antes que aliarse con los conservadores.

La política de acuerdos postelectorales reparte satisfacciones inesperadas entre quienes tocan poder y frustraciones entre los relegados. Las alianzas, sin embargo, también pasan factura a los partidos bisagra. Ciudadanos es quien más ha arriesgado en la jugada. Albert Rivera defendió el pacto de minorías para apartar al PSOE en Andalucía esgrimiendo las cuatro décadas de gobierno socialista en la comunidad y la corrupción que les azota. El mismo argumento es aplicable al 100% a la Comunidad de Madrid y, sin embargo, prefiere mantener a su socio preferente al mando en la que fue durante el franquismo sede de la antigua dirección general de Seguridad en la Puerta del Sol. El partido naranja y Vox corren el riesgo de ser un mero apéndice del PP, algo que en próximos comicios puede animar al votante a regresar a la casa madre de la derecha.

La incoherencia negociadora va por barrios. Pedro Sánchez, que abandonó su escaño para no abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy, ahora reclama al PP sentido de Estado para no depender de los independentistas. A Sánchez, que tras el 28 de abril parecía tener allanado el camino hacia la presidencia del Gobierno, se le ha complicado la vida. Al final, su única opción es repetir el conglomerado de la moción de censura, algo que le pondrán difícil los independentistas.

No todo el mundo parece ser tan hábil como los venecianos a la hora de tejer alianzas.