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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Juegos malabares

Cuando el sistema evoluciona hacia el multipartidismo, las virguerías verbales se dan tanto antes como después de las elecciones

Los juegos malabares a los que tan acostumbrados nos tienen los políticos, los que despliegan para manipular y ejecutar el espectáculo de la política, utilizan el lenguaje en vez de uno o más objetos, las palabras, retorciéndolas a su gusto. No en vano se dice que la política son palabras. Estos juegos están presentes siempre, en todo momento, pero alcanzan su paroxismo cuando está en juego el reparto del poder, eso es, las elecciones. Cuando el sistema es bipartidista, los juegos son fundamentalmente preelectorales; cuando, como en nuestro caso, el sistema ha evolucionado hacia el multipartidismo, las virguerías verbales se dan tanto antes como después de las elecciones, cuando hay que repartirse el pastel, el botín, que dirían los más críticos. Analicemos algunos de los que nos están ofreciendo.

Uno de los más extraordinarios es el desplegado por Ábalos, la mano derecha del doctor Sánchez. Reclamó, con toda la caradura del mundo, a PP y Ciudadanos que facilitasen la investidura del candidato socialista si no querían que el PSOE pactara con los nacionalistas y los independentistas. Es tanto como decir que, por encima de cualquier otra consideración, por ejemplo, qué política es la adecuada para España, lo que le importa al PSOE es gobernar. Lo de menos es gobernar aplicando medidas de izquierdas, de centro o de centro derecha; lo importante es gobernar sin importar con qué programa o con quién se gobierna. Pues a nadie se le oculta que pactando con unos, por ejemplo Cs, o PP y Cs para posibilitar una reforma de la Constitución, se desarrollaría un programa moderado; pactando con Podemos, partidario del referéndum pactado en Cataluña y de propuestas como la reducción a 34 horas de la jornada semanal, una prestación mínima de 600 euros, la derogación de la reforma laboral y el incremento impositivo, un programa izquierdista; completando el pacto con ERC, se aseguraría, además del izquierdismo, la inestabilidad, como se evidenció en el fracaso del presupuesto. Ábalos, el pasado miércoles, en un ejercicio de funambulismo nunca antes visto, hacía responsable a PP y Cs de todo lo que el gobierno se vería obligado a hacer por su no es no; tendría la culpa la derecha de lo que hiciera la izquierda. Si habla de culpa es que prevé funestas consecuencias de su propio gobierno. ¡Ésta es la izquierda que tenemos! ¡Una izquierda nominalista que descree de su propia acción de gobierno! Tiene bemoles que el padre del no es no a Rajoy en 2016 para evitar unas terceras elecciones, o para pactar él con Podemos y los independentistas (evitado al precio de sacarle de la secretaría general del PSOE) reivindique que el PP y Cs se abstengan, sea para evitar un acuerdo con Podemos y los independentistas (lo que quería hace tres años, lo que consiguió hace un año), sea para evitar ahora nuevas elecciones.

Lo del gobierno de cooperación con Podemos ya es de traca. Por muchos esfuerzos que haga no puedo imaginarme un gobierno que no sea de cooperación, en caso contrario no es un gobierno. Si lo que se busca es un acuerdo con Podemos, hay dos formas posibles: un acuerdo de investidura acompañado de un programa de legislatura, sin participación de Podemos en el gobierno, y un acuerdo de gobierno de coalición con programa pactado. Iglesias, rechaza el primero con el argumento de que si no se vigila desde el gobierno lo pactado no se cumple. Sánchez rechaza el segundo, no quiere a Iglesias de ministro en campaña permanente; su objetivo es aniquilarle. Para salir del atolladero el fiel Ábalos amenazó con elecciones, pero no consiguió la rendición incondicional de Iglesias, sólo un cierto ablandamiento. En la reunión del martes inventaron un nuevo artefacto lingüístico: el gobierno de cooperación, que no sabemos en qué consiste. Según el PSOE, sería un gobierno del PSOE con algunos independientes cercanos a Podemos; según Podemos el nombre no hace la cosa y, puesto que hoy por hoy no son posibles los vetos, no descarta sentarse a la mesa del consejo de ministros (lo dice con la mirada apesadumbrada). Resumiendo, tenemos un nuevo invento lingüístico pero no sabemos qué significa. Posiblemente sólo tiempo muerto hasta que se reanude el partido.

Por último, contemplamos con perplejidad los circunloquios de Cs para negar la realidad que a nuestros ojos se presenta, la de que no se iban a sentar ni a negociar con Vox. Para ello han utilizado a quien hasta ahora atesoraba, a ojos de muchos, una gran credibilidad: a Inés Arrimadas. Resultaba hasta doloroso contemplar por televisión los enrevesados ambages a los que tenía que recurrir la dirigente de Cs, la heroína constitucionalista de Cataluña, desplegando un lenguaje corporal que desmentía las palabras que emergían de su boca, para intentar convencernos de que cuando el sol resplandece en todo su esplendor, en realidad es noche cerrada y que cuando la luna se adueña del firmamento es el momento de embadurnarse con protección solar. Penoso. La inutilidad de la victoria de Cs en las autonómicas catalanas se reitera en su inutilidad para fraguar el objetivo con el que nació: procurar una política moderada frente a la división en bloques ideológicos antagónicos. Confundir diciendo que acuerdos para la mesa en Madrid con Vox no son pactos de gobierno; o que pactos de gobierno con el PP, que sólo son posibles con el voto de Vox, no son pactos con Vox aunque Vox tenga cargos, aludiendo a la literalidad de los términos, es tomarnos por tontos.

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