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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Voluntarios voluntariosos

Limpieza de playas, recogida de colillas, aseo de fondos, denuncia de desmanes... Los ciudadanos aplicados tienen la agenda llena de actividades tendentes a cubrir las carencias de la administración

Quien no tenga plan para el fin de semana, que se sume. Hay una docena de iniciativas para ciudadanos voluntariosos. Con el verano a punto, lo que más se lleva es limpiar playas. Todo el tiempo que te pasas rastrillando arenales para recoger los plásticos, latas, salvaslips y demás porquerías abandonadas por el prójimo te lo quitas de exigirle a la administración que cumpla con su parte: que legisle, que vigile, que multe, y si es incapaz de acotar el desmadre de atentados contra natura, que retire la basura por medios profesionales pagados con dinero público, pues hay colas kilométricas de turistas esperando para poner la toalla en este lugar tan parecido a un vertedero. Para voluntarios especialmente tenaces, puntillosos y esmerados tenemos una invitación para pescar los cientos de miles de colillas que los usuarios de la costa abandonan cada año en este cenicero gigante que es el mundo. Vamos, gente, a ver si llegamos al billón de filtros amarilleados de nicotina. Para los muy preparados, y que dispongan del pertinente equipo de inmersión, se ha convocado una recolecta de botellas de cava de los fondos marinos que están asquerosos. Limpia el bosque. Limpia las cunetas. Y que parezca un hobby. Trae a los niños, que aprendan a colaborar y sepan desde pequeños que existen diferentes niveles de conciencia social. Cada seis meses, quedada en tal espacio protegido para cosechar los desperdicios que nuestros conciudadanos abandonan con total impunidad. Y luego merendamos juntos.

Si hay que echar una mano, se echa. Para pasear perros abandonados, para adecentar los patios de los colegios públicos, para plantar árboles en los espacios de la ciudad que reciben el nombre de "bosque" aunque parecen escenarios de una hecatombe nuclear. Los civiles se agrupan para llegar adonde no llegan las instituciones, pero es que las instituciones están empezando a no llegar a demasiados sitios. ¿Qué están haciendo ellos con el dinero procedente de nuestros impuestos mientras nosotros vigilamos la ocupación de los espacios públicos, la sobreocupación de las viviendas turísticas, a los descerebrados del espray que manchan las paredes, las mesas de los bares montadas como barricadas? Puede que nos estemos haciendo cargo de sus trabajos en nuestros ratos libres, por la cara.

Un voluntario es un ser admirable. Pero un voluntario no se enfada lo suficiente porque canaliza la energía negativa en una acción positiva. Igual nos van a hacer falta también ciudadanos sin válvula de presión que en lugar de solapar a los encargados de velar por el bien común opten por estallar y señalar a quienes deberían resolver los problemas. Se necesitan voluntarios cabreados para una cacerolada en el ayuntamiento, en el departamento de medio ambiente, en el Govern. Personas que se ofrezcan a molestar silenciosamente, tumbados y sin malgastar energías, hasta que quienes cobran por solucionar los problemas se pongan a trabajar. Voluntarios para protestar porque no se respeta el entorno, ni se ponen los medios para su cuidado, aunque se pagan religiosamente los impuestos. Los voluntarios que derrochan energía, hartos de ejercer de limpiadores, el día menos pensado van a querer solapar también a alcaldes y presidentes y entonces sí que tendremos un problema.

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