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Antonio Papell

El desenlace del conflicto, según Junqueras

Andreu Van den Eynde, defensor de Junqueras y de Romeva en el juicio del 'procés' que acaba de celebrarse en es Supremo, y que negó que hubiese existido delito de rebelión e incluso de sedición -como mucho, cabría hablar, según él de desobediencia-, dijo alguna inefable simpleza que pasará a la historia „como que el código penal vigente ataca la disidencia política„ pero, se supone que, a instancias de sus clientes, cerró su informe final con una apelación al tribunal para que la crisis catalana se resuelva en negociaciones políticas y no en los tribunales. "Este juicio es una oportunidad, es una forma de superar una crisis, porque la política no va a desaparecer ni la gente va a dejar de protestar, y le tenemos que devolver la pelota a la política, y es una cosa interesante que puede hacer la sentencia", manifestó.

Citando la "desafección" de la sociedad catalana respecto al Estado de la que alertó el expresident José Montilla tras la sentencia del Estatut, Van den Eynde, argumentó que "cuando no hay negociación ni hay política hay protesta e indignación". Y reiteró, para concluir, la "mano tendida" de sus clientes para "solucionar el conflicto".

Aunque lo que pide el abogado es seguramente un imposible -la absolución de sus patrocinados para empezar a debatir-, cabría entender también, en una interpretación benévola de estas conclusiones, que Esquerra Republicana, que hoy es la principal fuerza independentista, se retracta de su unilateralismo iconoclasta e invita a retomar el camino de la política, que por otra parte es el único existente y el que por tanto los diferentes actores tienen la obligación de emprender si en realidad rehúsan mantener la táctica del conflicto permanente y de desgaste sistemático del adversario. Sin embargo, la propuesta es ambigua de entrada, y requiere aclaraciones y concreciones para tener operatividad. Porque, en democracia, la política sólo tiene sentido si es en el marco del estado de derecho. Y no sería razonable que, después de lo ocurrido, alguien pensara que hemos llegado hasta aquí para que, a estas alturas, el Estado haga la vista gorda y se preste a la marrullería o a la mixtificación.

Ya que se ha invocado a Montilla, conviene recordar el origen teórico (el real es mucho más complejo) del desaguisado: la sentencia del Constitucional que cancelaba una parte simbólicamente importante de un Estatuto pactado con las instituciones y refrendado por la sociedad catalana. Para restañar la herida, habría que regresar a este punto y, con realismo, negociar un nuevo Estatuto que debería recorrer otra vez el camino constitucional establecido, y que quizá se pudiera inscribir en una reforma federalizante de la Constitución. Reforma que hoy por hoy puede considerarse necesaria o no pero que en toda caso ha de ser una posibilidad para evitar que pueda reiterarse un sinsentido como el de 2010 (hay que contar esta vez con la constitucionalidad cierta e irrevocable de lo que se someta a referéndum de los catalanes).

Naturalmente, el emprendimiento de este camino, sin duda arduo y complejo, ha de suponer la renuncia total y absoluta al unilateralismo, es decir, equivaldría a la aceptación de que el Estado de Derecho ha de ser el marco de la negociación y de la solución. Algo que puede ser verosímil en boca de Junqueras, de Esquerra Republicana, pero que sin duda tropezaría con la poco fiable ambigüedad (como mínimo) de los posconvergentes, Puigdemont y Torra en particular.

Porque no se debe olvidar que cualquier solución política tropezará con la enemiga visceral del prófugo por antonomasia, quien ha basado en Waterloo la sede de la ridícula República catalana y perdería toda su prestancia si el independentismo entrara por la vía de la racionalidad. Cualquier intento negociador pilotado desde dentro del Estado español tendrá enfrente a Puigdemont, que pulsará todas las fibras patrióticas sensibles para excitar los ánimos e imposibilitar cualquier intento. Frente a semejante boicot, los catalanes que accedan a negociar y acordar deberán ponerse una coraza contra la demagogia y los improperios que habrán de soportar. Pero pasarán a la historia como los visionarios que han sacado a su país de una situación desesperada.

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