Todavía humean los efectos de las pasadas elecciones y las chispas y llamaradas de las alianzas que definirán una nuevo mapa del poder y de los liderazgos.

En una entrevista al filósofo Petros Márkaris que publicó estos días DIRIO de MALLORCA éste afirmó que "las ansias de poder han provocado el suicidio de la izquierda en Europa". Lo mismo podría decirse de lo que ocurrió en España con los grandes partidos tradicionales.

Pero las ansias de poder son de las personas que lideran los proyectos políticos.

Ya hay muchos y muy interesantes estudios sobre los fenómenos psicológicos que subyacen a la decisión de los votantes, sus mecanismos de decisión y los recursos para dirigirlos. Esos mecanismos de influencia incluyen tanto los evidentes y aceptados, como la publicidad en los medios y en las calles, como también los oscuros que rozan la ilegalidad, como las f ake news y la guerra cibernética.¿Pero qué ocurre con la psicología de los líderes que son los protagonistas principales de las campañas electorales? Más específicamente, ¿cómo funciona el sentimiento universal del pudor en quienes buscan una exposición mediática tan extrema que hasta sus actos más personales quedan desnudos ante los demás? Es evidente que un líder no puede ser tímido, pero veamos por qué no. Nuestra existencia como seres humanos civilizados es inconcebible sin una interdependencia social. En otras palabras, nadie escapa de lidiar con el tejido social y la mirada de los otros. La vergüenza y la culpa se puede observar en niños que apenas andan. Sin embargo, la importancia y consideración que damos a la aprobación y reconocimiento de los otros cambia de individuo a otro. Hay un abanico que va desde el extremo de la timidez, el pudor y las dudas sobre los propios actos, al polo opuesto de la indiferencia a la desaprobación ajena. Quienes están en este último extremo tienen un pensamiento auto-complaciente y la ausencia de frenos morales que limiten la acción.

Esto es así con independencia de las connotaciones éticas. Se puede liderar una banda de ladrones, un equipo deportivo, un equipo médico o un país entero. Pero decididamente liderazgo y timidez son incompatibles. El estudio de la psicología de los líderes descubre un hecho paradójico. Pese a estar en los extremos opuestos tanto al tímido como al aspirante a líder les importa, y mucho, la opinión de los otros, tanto que llegan a condicionar sus recursos y energía en función de conseguir esa forma de amor que se puede llamar valoración y reconocimiento en uno como simplemente conseguir un voto en el otro. Pero hay un elemento que los diferencia radicalmente: la vergüenza.

La vergüenza y su prima la culpa, se originan en la convicción de que los intereses y placeres propios no son buenos moralmente. Los estudios psicológicos del desarrollo evolutivo de la sexualidad han demostrado que, por ser una de las fuentes más importantes de placer y a la vez una de las expresiones más censuradas, está en el origen del pudor. El temor a ser descubierto por los otros en las intenciones de buscar el propio placer y beneficio es para el tímido su estigma y la causa del llamado pánico escénico. El aspirante a líder en cambio, busca exponerse. Pese a que también le importe mucho el otro, es solo en la medida de sus fines. Que los fines sean considerados éticamente buenos o malos es otra cuestión, pero en el caso del tímido el sujeto de los acontecimientos es el otro y en el aspirante a líder el sujeto es él mismo. Él no solo no se avergüenza ni duda de lo que quiere, sino que considera que lo que piensa y desea es, sin duda alguna, lo que los demás han de hacer y pensar.

Para los estudiosos de la política la cuestión de la personalidad y fiabilidad de los líderes y el poder que los inviste plantea un complejo tema de discusión puesto que tanto grandes estadistas como corruptos coinciden en una seducción desenfadada y en las aspiraciones al liderazgo. Por otra parte la consideración extrema de la voluntad y deseos de los otros lleva a la parálisis y la sumisión.

Las sectas son uno de los ejemplos más ilustrativos porque necesitan de las dos personalidades extremas. Todas tienen un líder absoluto y seguidores sumisos.

En definitiva, un delicado equilibrio entre el freno interior del pudor y la consideración a los demás y la capacidad para la iniciativa supone para el tímido el riesgo de una parálisis vital y para el líder el peligro de cruzar la frontera de lo socialmente ético.

De todos modos la vergüenza es un obstáculo, independientemente del lugar que cada uno pretenda ocupar en la sociedad, como lo expresó el filósofo alemán Friederich Nietzsche: "La liberación es no sentirse ya nunca más avergonzado de si mismo".

*Psicólogo clínico