Los berlineses, que entre los teutones tiene la misma fama de socarrones que nuestros sevillanos, y que se me perdone el cliché, contaban en la época de la Conferencia de Munich, allá por el 1938, una historieta, que si no recuerdo mal va como sigue. Los tres conferenciantes, sumergidos en la búsqueda de solucionar la crisis de los Sudetes, no conseguían llegar a un acuerdo y la reunión parecía dirigirse al fracaso y a la guerra, hasta que al que se hacía pasar por mediador un tal Benito, italiano él, propuso una solución muy del Mare Nostrum. Se le ocurrió que pusieran en medio de la mesa una pecera con un pececillo dentro de ella y dictó, como dictador que era: "Aquel que consiga sacar al pez de la pecera impondrá su postura a los demás". A la misión se preparó el primer ministro francés, Deladier, y con rápidos manotazos dentro del agua intentó capturar al pequeño pez, pero aquel no se dejó pillar. El flemático Chamberlain, tras arremangarse la manga de su camisa con su magnificencia británica, colocó su mano con parsimonia dentro de la pecera, intentando adivinar las idas y venidas del habitante del piélago sin tampoco conseguir arrinconarlo tan siquiera. Finalmente, Adolfo cogió una cucharilla de las que acompañaban al servicio de café y se puso a sacar el agua de la pecera, cucharada tras cucharada hasta que el pececillo quedo de costado y boqueando por la falta de agua. Chamberlain miró a Hitler y le preguntó: "¿Por qué no lo coges?" A lo que el de Braunau le contestó con media sonrisa: "Espero a que el pez me pida ayuda".

Siento tener que acudir a tales personajes que finalmente llevaron al desastre a la Europa que se pretendía salvar para ilustrar estas líneas, pero la historieta, no me lo negarán, tiene una especial moraleja: en la liga de la política profesional no solo se tiene que intentar encontrar una solución, sino que esta tiene que ser ocurrente y adecuada para los intereses del Estado.

¿A qué viene la historieta? Pues viene a que nuestra clase política no solo se parece mucho a los de los manotazos para encontrar una conveniente solución para sus cuitas, sino que además carece de la condición de taimados necesaria para ocultar tras un aparente amor por la patria sus más recónditas y en ocasiones nada deseables intenciones. La sola apariencia, y aún las demostraciones de ingenio, no son garantía de sana política.

Vienen ahora tiempos de pactos, de piruetas políticas, de componendas que convertirán el 'no es no' o el 'nunca jamás' ( Álvaro Figueroa y Torre mantenía que en política cuando decía jamás, quería decir hasta esta misma tarde) en posturas más adecuadas, más flexibles a las conveniencias personales de este o de aquel político. Prepárense para sorpresas de toda coloratura, de acuerdos y emparejamientos algunos simplemente raros y otros con apariencia de anti natura, y no lo digo por su posibilismo, sino dada la morfología de algunos pactantes. Como dicen que dijo Alonso Quijano a su fiel Sancho "cosas veredes, amigo Sancho, que harán fablar las piedras". Pero aquí y ahora las piedras hispanas se mantienen mudas, están tan hartas como la ciudadanía de tanta palabrería destinada al convencimiento del votante que luego se quedan en el ratón parido por la montaña, que ya no se atreven a pronunciarse.

Todos dicen ampulosamente dirigir sus voluntades, sus pasos por el recto sendero del bien del país, sea este grande, repartido o con voluntad de empequeñecer, pero lo cierto es lo único que se percibe es una cierta voluntad de acercamiento de la propia sardina al ascua que más calienta. Todos pregonan la conveniencia de tener visión de Estado, pero los "pregonantes" tienen un parche en algún ojo o simplemente se niegan a ver, al tiempo que imputan al adversario político el que solo alienten ambiciones de poder personal, como si el ansia por el poder no fuera casi la única motivación de no pocos. Los ciudadanos son, al fin y al cabo, como el pececillo muniqués, unos y otros, con unos métodos u otros intentarán atraparlo para sus provechos, para imponer sus voluntades pero no para intentar implementar las nuestras como sería lo más deseable. Vana esperanza.

Cómo se parece ésta situación a aquella otra que hizo pronunciar a Estanislao Figuereas, catalán y por ello español, así como presidente de la primera y efímera primera República española, aquella frase tan cargada de razón, de razones: "Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros" y se fue por el foro. Al final, nuestra política de ahora, de la que son salvables cada vez menos excepcionalidades, podría convertirse en una inmisericorde pesca a manotazos; y cuidado con los de la cucharita.