Diario de Mallorca

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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

La pecera

Entre la cultura analógica y la digital se ha establecido ya un océano de incomprensión. Un abismo. Aunque la digital nació de la analógica y durante un tiempo permanecieron juntas, se produjo luego una suerte de deriva continental que separó a padres de hijos. Los que se quedaron en el mundo antiguo, acuden a veces a los acantilados desde los que aún se divisa el universo digital y miran sus costas con nostalgia del porvenir. Pero también desde las playas del mundo nuevo se observa el continente antiguo con añoranza del pasado. La cibernética no ha conseguido terminar con la melancolía, un sentimiento de enorme implantación encefálica.

En ocasiones, se coincide en un tanatorio con gente de las dos orillas. Aunque informatizadas, estas instituciones carecen de la ligereza propia del universo millenial. Allí todo es pesado, como los cuerpos de los cadáveres, a los que los tanatoesteticistas cardan el pelo y maquillan como a los actores de un cabaré de Berlín años 20. Terminada la función, los deudos regresan a sus continentes respectivos, separados entre sí por un inmenso mar de líquido amniótico habitado por fósiles vivientes como la lamprea. A ese mar van a dar luego las cenizas de unos y de otros. Allí se mezclan las de los muertos jóvenes y las de los viejos. Parece que son muy apreciadas por los peces sin mandíbula que no han evolucionado desde el Pleistoceno.

Ignoro si hay ya tanatorios millenials, pero he visto programas de televisión de esa época, no todos en los canales de pago. Paradójicamente, los canales de mayor audiencia son aún de carácter analógico. Esta temporada triunfa Supervivientes con una representante del mundo viejo, de nombre Pantoja, Isabel Pantoja, descendiente quizá de los pantojas que formaron parte de las expediciones marítimas que descubrieron América. Pantoja pasa en ese programa necesidades analógicas que ponen los pelos de punta. La realidad es muy extraña. No se cansa uno de observarla, aunque cuanto más la observa, más observado se siente por ella. Como nos ocurre con el difunto al que hemos venido a despedir y al que se le acaban de abrir los ojos al otro lado de la pecera.

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