Palma es una ciudad viva, pujante, con enormes atractivos turísticos y que, precisamente por todo ello, está de moda permanentemente y ejerce un reclamo constante. Al ser la capital balear concentra también la mayoría de servicios de la Administración Pública y, con la mitad de la población de Mallorca residente en su casco urbano, es por igual el epicentro de un segmento considerable de la vida empresarial y comercial de todo el archipiélago. Es una realidad que obliga a mantener la atención y la mirada de forma permanente sobre la urbe y a su vez plantea enormes retos vinculados a su gestión integral y a la calidad de vida que se respira en ella..

El nuevo gobierno municipal de Ciutat que está a punto de constituirse deberá tener en cuenta todas estas evidencias y a partir de ellas establecer un sistema de gestión capaz de satisfacer las necesidades y demandas del ciudadano. Uno de los retos más urgentes, de los que ya no pueden esperar más tiempo, es el del tráfico o, dicho de manera más concreta y práctica, el de los enormes atascos que se generan un día sí y el otro también en los accesos a Palma o en sus principales vías internas. Las tensiones generadas por este asunto en las negociaciones para el nuevo pacto de Govern, son la evidencia de la magnitud del problema, pero también sirven de justificante para exigir a los partidos un diálogo, respuesta y solución. Están obligados a cumplir las promesas electorales y a atender las necesidades de los vecinos.

Un estudio de la compañía de navegadores GPS Tom Tom, conocido esta semana, indica que Palma es la segunda ciudad con más atascos de tráfico, solo por detrás de Barcelona y sobrepasando a Madrid. El conductor lo tiene más que comprobado a diario pero, por si acaso, ahora lo confirman las evaluaciones externas. En Ciutat, lo que deberían ser desplazamientos de media hora tienen el castigo adicional de quince minutos de retención que se multiplican cuando se rompe la rutina, sea una incidencia climatológica o un acontecimiento cualquiera capaz de hacer variar la normalidad. Llegar a Palma no puede ni debe ser una penuria ni generar una sensación de rechazo en el conductor.

En la solución del problema va buena parte de la salud colectiva. Lo decimos en una semana en la que también se ha sabido que Palma es la segunda ciudad europea más afectada por la contaminación de cruceros. Está por delante de Venecia, solo le supera Barcelona. Aún hay más, los expertos han dudado de la calidad de los sensores para medir la contaminación atmosférica y, por tanto, es muy probable que ésta sea superior a la que indican los datos oficiales.

La concentración de polución y atascos obedece a factores diversificados. No es menos cierto que Mallorca, entre particulares y alquiler, dispone de un parque móvil desproporcionado con el territorio y la población. Si contrastamos esta realidad con el déficit de transporte público y hasta el abuso del coche privado, entenderemos sin más el atasco permanente que flagela a Palma. Ello, sin embargo, no puede servir de justificante para la resignación o la conformidad.

Resulta imprescindible aplicar políticas que inviten directamente a descubrir y disfrutar a pie de la ciudad amable que es Palma y a hacer buen uso de sus trazados racionales. Pero no es menos cierto que ello también debe ir acompañado de una buena gestión del tráfico rodado y de un replanteamiento del transporte público en función de la demanda y de la necesidad. El gran atasco palmesano se ha consolidado porque, entre improvisaciones y dejadez, se ha dejado que el coche se convirtiera en un problema cuando su función normal es la de ser una solución práctica y efectiva.