Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Matías Vallés

Albert Rivera no sabe lo que quiere

Matteo Salvini, el populista por excelencia, es periodista. En sus tiempos de director de Radio Padania abominaba contra la bandera italiana, mantenía hilo directo con los oyentes para denigrar la enseña patria. En la final de la Eurocopa de 2000, apostaba radicalmente por la Francia capitaneada por Zidane contra los azzurri. Cuesta imaginar un golpe de Estado más violento que una traición a la selección futbolística propia, ni Piqué se atrevería a tanto. Sin embargo, el líder de la Lega (ya sin el añadido norteño) arrasa hoy en Nápoles con su estampa de italiano quintaesenciado. Y aunque Marco Damilano le atribuye un "transformismo político" desde las páginas de L'Espresso, la mayor parte de analistas sentencian que su concienzudo perfil es un fruto de la genética y no de la adaptación al medio.

Ahí está la clave. Salvini es un extremista de "Italia primero" por un cálculo interesado, no por ninguna predisposición arraigada en un trauma infantil. Se desemboca así en Albert Rivera, un populista de centro con menos preparación y suerte que su gemelo Emmanuel Macron. De nuevo, se arranca en el catalán de la pretensión no probada de que los políticos atesoran objetivos definidos, y que los analistas de dicha asignatura porfían por desentrañar.

De vez en cuando, hay que explorar soluciones más sencillas a la ecuación que sintoniza a un político con sus principios y sus expectativas. Constatando por ejemplo que Rivera no sabe lo que quiere. Abundan los ejemplos de esta volubilidad, por mucho que el líder de Ciudadanos presuma de unos fundamentos inquebrantables. Por ejemplo, Rivera acusa a su antagonista Pedro Sánchez de haber pactado con Esquerra, con Bildu y tal vez con Isis. Esta catarata de connivencias criminales impedirían a la formación liberal una alianza con un partido socialdemócrata en su acepción más radical.

Sin embargo, quien jura que jamás firmará un documento con Sánchez es el mismo Rivera que selló una alianza de investidura frustrada con el socialista, entre las elecciones generales de 2015 y 2016. Por tanto, sería culpable de todas las vilezas que asocia con el PSOE, y que sustentaron su intervención histriónica pero generosamente recompensada en los dos debates preelectorales de abril. La conclusión vuelve a ser que Rivera es un niño con demasiados juguetes, obligado a aparentar que renuncia a su máxima ilusión, ser vicepresidente del Gobierno con cualquier vecino.

Ciudadanos es el primer partido español que se ha comprometido simultáneamente con PP y PSOE, véase de nuevo a Rivera antes y después de las generales de 2015. Produce cierta cacofonía que un ser tan volátil exija senderos unidireccionales, pero aquí se pone el acento en la innecesaria obligación de atribuir certezas a políticos que ni siquiera han meditado sus puntos de apoyo ideológicos. Rivera acepta ladinamente a Vox porque lo necesita para gobernar Andalucía, y se encabrita contra el PNV siempre que no precise de su respaldo. Porque Ciudadanos votó los presupuestos de Rajoy en comandita con los nacionalistas vascos, aceptando sin rechistar los privilegios fiscales de Euskadi.

Las ideas de los políticos nunca han tenido demasiada importancia. Adolfo Suárez triunfa porque era un recipiente hueco, y Felipe González suena más basso profondo hasta que se recuerda la OTAN. En el caso de Rivera puede hablarse en propiedad de una desorientación numérica, causada por la cruel dictadura del voto. En las penúltimas elecciones generales de 2016, Ciudadanos fue el partido con peor comportamiento, hundiéndose a los 32 escaños. El PP se recuperaba hasta los 137. Cuatro años después, el embate electoral del pasado abril dinamitaba a Pablo Casado con una caída de 71 escaños, que convierte su voluntad de mantenerse en una desfachatez. En un clima tan propicio, Ciudadanos no solo fracasó en el sorpasso, sino que su ascenso a los 56 diputados vigentes implicaba que apenas captaba una tercera parte de la hemorragia sufrida por los populares. Una gigantesca oportunidad perdida.

Adivinar las intenciones de Rivera no es complicado, sino absurdo. Su aparatoso españolismo nunca será tan espontáneo como en el PP y Vox. Su línea errática actual ayuda a disimular que el PSOE aprovechará la mínima excusa para desembarazarse de su compromiso con Podemos. Los sectores económicos con nombre y apellidos se emplean a fondo para torcer la voluntad expresa de los votantes. Entre el rosario de milagros de Sánchez figura la mayoría absoluta con Ciudadanos, que Rajoy vio frustrada por duplicado. Los socialistas pretenden disfrazar la alianza a su derecha bajo la pretensión de "gobernar en solitario". La decisión que atribula a Rivera no es un juego, una vez que el achicamiento de espacios políticos sitúa a los cuatro partidos que no son el PSOE en un pañuelo de media docena de puntos porcentuales, una vibración indetectable para las encuestas.

Compartir el artículo

stats