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Matías Vallés

El miedo de Podemos

El partido fundado por Pablo Iglesias ha transformado irreversiblemente el país en cinco años, para acabar atenazado por la consagración de un sucedáneo de familia real

Podemos no asusta a nadie. Ha entregado su arma más efectiva, el miedo que inspiraba al poder. El partido antisistema ha encontrado un cómodo nicho o chalé en el seno de la burguesía. Cumple con las instrucciones feroces del Banco de España sobre la constitución de hipotecas y el sometimiento a la regulación bancaria, en el sentido contrario al prescrito en la ley para justificar la existencia de la entidad emisora. Antes de rendirse, Pablo Iglesias transformó irreversiblemente el país, en solo cinco años desde la eclosión en las europeas de 2014.

España entera creyó en Podemos, para abrazarlo o para satanizarlo. Antes de acabar atenazado por la consagración de un sucedáneo de familia real, el partido de Pablo Iglesias sembró el entorno de inquietudes creativas. Por ejemplo, obligando a la abdicación de Juan Carlos I, una concesión al advenimiento o espejismo de un tiempo nuevo por eliminación del único símbolo superviviente de la transición. La cesión de la corona se produjo justo a tiempo, si se atiende a los escalofríos que propiciarían las grabaciones de Villarejo.

El ahora canonizado Rubalcaba señalaba en el cambio de década que su mayor temor no era el desembarco de la derecha, sino la rebelión ciudadana que el vicepresidente del Gobierno socialista sofocó por el astuto procedimiento de eternizarla. Podemos canalizó la indignación desatada el 15M. Los revoltosos renunciaron a rodear el Congreso, a cambio de entrar en la cámara con derecho a asiento. Sin corbata, un desaliño que les afearon los mismos que se arrodillan ante un Zuckerberg en chándal. Era más inteligente que Ada Colau llamara "criminal" a la Banca en una comisión parlamentaria, antes que arriesgarse a la quema de cajeros semanal que llevan a cabo los chalecos amarillos franceses. Con más violencia que el procés que sacudió a España, dicho sea de paso. Al margen de las valoraciones concretas de la era definida por la irrupción de Podemos, hasta las estadísticas más tendenciosas conceden la pacificación callejera.

Podemos frenó el auge del independentismo catalán, un movimiento que pretendía antes emanciparse de Rajoy que de España. En la eterna querella numérica sobre si la secesión es auspiciada por un 45, un 46 o un 47 por ciento del censo de Cataluña, se olvida que los ramales del partido de Iglesias han permitido el enunciado de que la separación no es mayoritaria en dicha comunidad. Este recuento tramposo olvida que en las filas de Colau había independentistas, según certifican las fugas hacia la lista municipal del segundo Maragall. Curiosamente, o no, los unionistas jamás han reconocido el peso estadístico del partido antisistema como dique de contención.

Podemos ha incorporado a votantes que hasta su llegada ignoraban las urnas, ocasionando una dilución del sufragio independentista. En el escalofriante dictamen efectuado por Artur Mas tras las elecciones catalanas de 2015, votó gente que no debía hacerlo. La Generalitat secesionista llevó al Supremo a los antisistema, por los incidentes ante el Parlament. El tope del partido de Pablo Iglesias al independentismo ha sido reconocido por alguien tan poco sospechoso como Manuel Valls. Su oferta incondicional de la alcaldía a Colau, sin más objetivo que frenar un ayuntamiento de Esquerra, traza el meridiano que separa a las dos orillas de la sociedad catalana.

La degeneración de Podemos navegaba a velocidad de crucero el año pasado, pero el partido todavía prestaría un favor postrero a la izquierda tradicional. Pedro Sánchez no hubiera interpuesto la moción de censura de no haber contado con el aguijón de los 71 diputados antisistema. En un último esfuerzo didáctico de un partido que se ha perdido entre pedagogías y demagogias, enseñó al PSOE a sumar.

Es elemental que el fenómeno de magnitud europea llamado Pedro Sánchez no se sustenta en las generales de abril, sino en el asalto sin precedentes a La Moncloa de un político salvaje que había renunciado a su acta de diputado. Se cumple ahora un año de aquel blitz, que impresionará a los historiadores futuros. Por tanto, Podemos contribuyó a la restauración de la monarquía que algún día aspiró a derribar, y a la renovación de la izquierda que venía a sustituir. Todo ello, en medio de una vertiginosa aceleración de los tiempos, que obliga a consultar las portadas cuatro veces al día. Todos los días.

El frenesí ha envejecido al partido que lo provocó, una empresa familiar donde la sucesora ideal del líder es la pareja del líder, porque en otro caso no estaría a su lado. El miedo a Podemos da paso al miedo de Podemos. Y aun así, la longevidad de la legislatura en manos del PSOE depende de la estabilidad de la formación a su izquierda, amenazada por la atomización de su grupo en taifas irreconciliables. El socialismo adeuda más de un favor a sus vecinos.

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