Diario de Mallorca

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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

La invisibilidad

Hay algo peor que no arreglar las cosas: no verlas. Y hay algo que, todavía, es más preocupante: verlas y, por desidia y conformismo, acostumbrarse a ellas

A todo nos acostumbramos. A un flexo que empieza parpadeando y acaba dejando de funcionar, a una puerta descascarillada, a la muesca de la pared o al grifo que pierde agua. Hay personas que, en su propia casa, son incapaces de recoger las migas de pan que se caen al suelo o pueden convivir con un tetrabrik vacío en la nevera. No les molesta. No sienten el runrún que provoca que algo esté fuera de lugar. Hay gente que no ve las imperfecciones. Otros, simplemente, se habitúan a ellas. Hay parejas que no se percatan de las faltas de respeto del otro. Un día permiten una palabra malsonante, otro una burla y, casi sin darse cuenta, acaban inmersos en la rueda de una relación malsana. Y con la autoestima por los suelos, también. Hay gestos que valen más que mil palabras. Un trabajador que ve un papel en el suelo, lo recoge y lo echa en una basura transmite más respeto por la empresa que cualquier presentación animada. La exigencia y el inconformismo tienen algo que ver.

El primer día que vimos publicada la noticia del naufragio de una patera, y la muerte de las personas que en ella viajaban, nos quedamos consternados. La segunda vez, nos pusimos las manos en la cabeza. La tercera, comenzamos a darnos cuenta del drama de quienes deben emigrar; pero sucedió que, a partir de un momento determinado, a muchos dejó de afectarle. La desaparición de una patera en aguas del Mediterráneo tiene el mismo impacto en algunos que, pongamos, la noticia sobre el robo de unos coches en un aparcamiento. De hecho, puede llegar, incluso, a tener el mismo tamaño en un periódico. Una amiga mía fue reprendida por su novio porque, en su opinión, le decía demasiadas veces que le quería. "Ya no me resulta creíble", le dijo él. Y ella, con el tiempo, le dejó. "Soy como soy. El tío que valga la pena valorará mis arrebatos emocionales", concluyó. Pues sí, amiga. Solo faltaría que no pudiésemos ser afectivamente efusivas y generosas. Otra amiga vio como la asistente de una residencia le faltaba al respeto a una señora mayor. Y, cómo no, puso una queja. La dirección se disculpó y ella creyó que había sido un hecho aislado. Al cabo de unos días, volvió a ser testigo de otra falta y, ni corta ni perezosa, hizo una incidencia. Así, ocho, nueve, diez veces y suma y sigue. Como es fácil acostumbrarse a la mediocridad, a punto estuvo de tirar la toalla y de rendirse ante la desidia del centro, pero recordó que no es justo que los vulnerables siempre acaben perdiendo.

Las actrices de Hollywood han denunciado varias veces su invisibilidad a partir de cierta edad. Salvando las distancias, no puedo estar más de acuerdo con ellas. Creo recordar que hubo un día en que algún hombre me miró estando yo en un bar. Ahora tengo suerte si logro captar la atención del camarero. Paseaba el otro día por Jaime III y me impactó ver a una mujer de unos 70 años pidiendo unas monedas. Y es que parece que, también, nos hemos habituado al perfil del que pide dinero en la calle y, precisamente, no coincide con quien podría ser nuestra madre o abuela. Hay situaciones que jamás deberían hacerse invisibles. Demasiadas.

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