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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

El público pide un bis

Una campaña dirigida a los ya convencidos no ha sido suficiente para rearmar a Més, cuya gestión en Palma tampoco le ha hecho ganar votos, más bien al contrario

Una de las primeras cosas que me enseñaron en la redacción de este diario se resume en que nunca hay que despreciar al público. Tan respetable es el público de David Bustamante como el de Bob Dylan. Al público no le tiene que gustar Björk porque lo diga alguien que sabe mucho de música, y si elige irse al concierto de Justin Bieber está en su derecho. Solo los periodistas engreídos, pedantes y sabelotodos se meten con el público de Pablo Alborán, o con el de Maluma, y lo suelen pagar muy caro porque el propio público lector acaba dándoles la espalda. Podemos juzgar la actuación de Madonna en Eurovisión sin insultar a su público, que es libre de ir a donde le dé la gana y de aplaudir lo que guste. Puede que millones de personas estén equivocadas por formar parte del público de Lady Gaga o de Julio Iglesias, pero están en su derecho de seguir a quien consideren oportuno y gastarse su dinero como les plazca. Cuesta mucho más trabajo mostrar respeto por el público de Leticia Sabater que por el de Rufus Wainwright, hay que hacer el esfuerzo. El público, escaso o numeroso, es soberano. El público en democracia se llama electorado, y desde el domingo se le cuestiona y menosprecia porque ha votado a Vox o a Puigdemont, porque carece de criterio y se ha dejado arrastrar por el efecto Pedro Sánchez, o porque no ha sabido apreciar las magníficas ideas de Més, la energía de Podemos o la centralidad y la experiencia que ofrecía el PP. Finiquitado el recuento, algunos políticos y muchos de quienes componen sus camarillas se han dedicado a testar al público, cuando fueron ellos los sometidos a examen. Y los que han suspendido, dolorosamente.

El votante no ha entendido, no sabe, no recuerda, no ha visto, no ha pillado nuestra brillante propaganda. La dificultad para la autocrítica se ha manifestado con especial claridad en el caso del alcalde en funciones de Palma, Antoni Noguera, que ha achacado sus malos resultados al acelerón nacional tras las generales que ha beneficiado al PSOE, su socio, y a la merma de votos que han ido al partido animalista. ¿En serio? Se ha dejado 9.000 votos respecto a 2015, y los amigos de los animales han sumado 2.000. Tal vez el resto corresponden a quienes desearían ver las aceras libres de excrementos caninos. Existe un factor muy básico que se podría tener en cuenta a la hora de evaluar qué ha pasado. Hace cuatro años, Noguera se presentaba con el único currículum de su labia, sus proyectos y su entusiasmo. Ahora los votantes pueden juzgarle además por sus obras. Parece que los resultados en las áreas a cargo de los ecosoberanistas, la limpieza y la cultura, no han convencido. Los futuribles de Noguera, conectados a necesidades bastante alejadas del grueso de la ciudadanía (un centro cultural en la antigua cárcel, un casal para el circo, exquisiteces frente a los problemones de la gente) no han generado la ilusión calculada, y quién puede culpar al público. Su campaña se ha dirigido a los ya convencidos, y el voto hipster no suma suficientes apoyos para crecer. Un Noguera entregado al público del microteatro difícilmente llenará estadios. El discurso de 2015, más plural y abierto, logró un mayor alcance entre quienes podían elegir indistintamente entre él y José Hila, y que ahora le han dado la espalda. A Noguera le conviene afinar en el diagnóstico de lo que le ha pasado porque, cosas de la política, aún y todo el público le ha pedido un bis.

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