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Antonio Papell

Sánchez con Macron

La nueva distribución de escaños, mucho más dispersa, permite presagiar que el eje francoalemán perderá consistencia y que la Eurocámara será cada vez más parecida a un parlamento clásico

Las elecciones europeas de la pasada semana (el domingo en España) han decantado un Parlamento comunitario en el que siguen predominando las dos grandes formaciones tradicionales, el Partido Popular Europeo (179 escaños) y el grupo socialdemócrata (Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, S&D, 150 escaños), con la particularidad de que, juntas, ambas formaciones, con sus 329 escaños en total, ya no alcanzan la mayoría absoluta de una cámara constituida por 751 diputados (si se produce el 'brexit', habrá que recontar, pero la situación relativa será la misma).

Quiere decirse, en fin, que ha periclitado la vieja fórmula según la cual el centro derecha y el centro izquierda pactaban una alternancia en que la Comisión quedaba en manos del más votado y se repartían la presidencia de la Eurocámara por medias legislaturas. Ahora, todo apunta a que el Parlamento actuará como tal, elegirá a un candidato a presidir la Comisión Europea (la designación formal debe hacerla el Consejo Europeo) y otro a presidir la propia Eurocámara, y no tendrá más remedio que contar con los liberales de ALDE (Liberales y Demócratas por Europa) en que se insertará el grupo Renacimiento del presidente francés, Macron, y que contabiliza 107 escaños. También formarán un grupo significativo los Verdes, que han sobrepasado al SPD e Alemania, y cuyo grupo cuenta con 70 escaños. La extrema derecha y el populismo se organizan en dos grupos distintos: Europa de la Libertad y de la Democracia Directa (EFDD, con 56 escaños), que incluye el UKIP, el M5S?, y la Europa de las Naciones y de las Libertades (ENF, con 58 escaños), con Le Pen, Wilders, Salvini? Como se sabe, los líderes de los grupos o " spitzenkandidaten" son los candidatos a presidir en Parlamento Europeo y la Comisión, por lo que es probable que el acuerdo que se consiga incluya los dos cargos y supedite el uno al otro en lo que podría ser el final de la hegemonía conservadora del PPE, que en las últimas legislaturas ha dominado claramente.

El riesgo de contaminación populista ha quedado, en fin, controlado, a pesar de sus inquietantes victorias en Francia y en Italia. Pero la nueva distribución de escaños, mucho más dispersa, permite presagiar que, de un lado, el concepto de eje francoalemán perderá consistencia y, de otro lado, la Eurocámara será cada vez más parecida a un parlamento clásico (aunque todavía en pos de mayores competencias, ya que la capacidad normativa del Ejecutivo comunitario -el Consejo y la Comisión- es en cierto modo una anomalía democrática).

Macron ha sufrido un severo contratiempo al haber sido sobrepasada su organización por el Reagrupamiento Nacional (RN) de Le Pen, pero su impulso liberal sigue siendo esencial, junto con el socialdemócrata de Sánchez -líder del partido que más eurodiputados aporta a S&D, seguido a corta distancia por el Partido Democrático italiano-, para frustrar el afán de la extrema derecha de involucionar la Unión Europea, romper los vínculos federalizantes ya creados e impedir el avance de la integración hacia un sistema financiero y bancario común y una paulatina armonización fiscal y social en los términos moderados en que lo ha planteado el español Borrell, quien está seguramente destinado a desempeñar un importante protagonismo en Estrasburgo.

Es muy probable que, en su encuentro de anoche, Macron y Sánchez hablaran largamente de Ciudadanos, la formación por ahora encuadrada en el ALDE -el devaluado Luis Garicano, cabeza de la lista de C's en las europeas, es el encargado de cuidar el vínculo- que no tiene empacho alguno en aliarse con la extrema derecha de VOX para alcanzar mayorías de gobierno junto al Partido Popular. Es obvio que ante la necesidad de frenar el ascenso populista de franceses, italianos, centroeuropeos y países del grupo de Visegrado, los grupos europeístas no van a consentir un caballo de Troya en su interior. La arrogancia de la dirección de Ciudadanos, que mantiene unas aspiraciones imposibles de liderazgo de la derecha española, no conseguirá la proeza de que los europeos convaliden sus flirteos con el populismo más reaccionario.

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