Falta en este país la cultura de la solidaridad que exhiben las más añejas democracias, sobre todo las anglosajonas, y esa carencia es la que ha llevado a algunas voces a lanzar coces contra el propietario de Inditex, dispuesto a enriquecer tecnológicamente a nuestros hospitales. En los sistemas demoliberales, el Estado tiene unas funciones indeclinables, a las que ayuda generosamente la sociedad civil; en ellos existe incluso un cuarto sector formado por empresas híbridas que no sólo persiguen objetivos de beneficio económico sino también de desarrollo social. Y mantienen instituciones, como el voluntariado y el mecenazgo, en que cooperan los sectores público y privado en beneficio de la ciudadanía.
Es obvio que la política sanitaria debe marcarla el Estado, que es el encargado de adquirir las principales dotaciones, pero todo es perfectible y no hay duda de que la aportación de recursos por filántropos que quieran devolver a la sociedad una parte de lo que ella les ha entregado y adquirir así una cierta 'ciudadanía empresarial', mejorará los servicios.
Por supuesto, sería un escarnio que un empresario defraudador tratara de lavar su imagen con dádivas a la ciudadanía, pero no es el caso: no hay queja alguna sobre el cumplimiento por Inditex de sus obligaciones fiscales. Quien protesta por tanto por esas donaciones no sabe cómo funcionan las sociedades avanzadas.