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Para empezar

La mujer que no pudo escapar

Si ella no pudo escapar fue posiblemente porque él la tenía encerrada. No se me ocurre una forma más atroz de morir que la que se sospecha que sufrió Rossanna Venturini, impotente frente a las llamas, y me preocupa que su maltratador y presunto carcelero se pasee hoy libre por Eivissa, porque si este hombre no la mató con sus manos tal vez sí le robara la esperanza y la posibilidad de sobrevivir. También me chirría, y resulta escandaloso, que una víctima tenga que esperar al lunes para presentar una denuncia ante la Unidad de Familia y Mujer cuando la intervención policial se produce en fin de semana, como cuentan que sucedió con la fallecida. Obviamente, ella no apareció por comisaría, quizás porque el tipo la tenía retenida, no fuera a ser que el terror a los golpes le ganara la partida al miedo a que se los diera si no le obedecía, o simplemente porque nadie la acompañó ni le dio la fuerza para pedir la ayuda que tanto necesitaba.

Los principales responsables del trágico fin de Rossanna Venturini son, no cabe duda, los criminales que prendieron fuego al edificio de es Viver. Su nombre no engrosará la lista oficial de víctimas de violencia machista ni el horror que sufrió hará dimitir a nadie, como probablemente tampoco lo hará el de Nuria Escalante, desaparecida desde octubre, pero yo tengo el convencimiento íntimo de que si las dos no se hubieran topado con malnacidos que les negaron sus derechos humanos e ido a parar a ratoneras donde la necesidad se ve obligada a cohabitar con la delincuencia y las adicciones, tendrían aún muchos años de felicidad, o lucha, por delante. De que Nuria y Rossanna han muerto por mujeres, y por pobres.

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