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Antonio Papell

Performance en el Congreso

Sesiones como la del lunes no contribuyen precisamente a incrementar el crédito de una clase política que parece acomodarse más a las pautas del sainete que a las de servicio

La apertura de la nueva legislatura en el Congreso fue una curiosa performance en la que, pese a los esfuerzos estridentes de los diputados de varias procedencias, se impuso la más rabiosa normalidad, propia de un régimen impecablemente democrático, maduro y adulto. De hecho, a pesar del inefable griterío, de los pataleos y los abucheos, del variopinto espectáculo y de los esfuerzos de una minoría por llamar la atención, toda la prensa internacional ha recogido con sobriedad y en un lugar secundario de sus ediciones que se ha constituido en España un nuevo Congreso en que han tomado posesión cuatro presos procesados por su intervención en la intentona del 1 de octubre de 2017. Punto.

Como era de esperar, los cuatro soberanistas que están siendo juzgados en el Supremo por el 1-O - Junqueras, Rull, Turull y Jordi Sánchez- utilizaron en el preceptivo juramento o promesa que significaba acatamiento a la Constitución fórmulas chirriantes en las que combinaron el imperativo legal con su supuesta condición de 'presos políticos' (es lógico que ellos se consideren tal cosa). Y como también resultaba previsible, los líderes de las tres formaciones de la derecha, Abascal, Casado y Rivera, sobreactuaron con vehemencia para dejar constancia de su discrepancia sobre la validez de tales fórmulas, que habían sido sin embargo aceptadas por la nueva presidenta de la Cámara, Batet, quien rápidamente fue considerada "cómplice de los independentistas" (ya se sabe que la verdad es lo de menos en el discurso político de ciertas organizaciones). Como complemento a esta batalla dialéctica, los levísimos contactos formales, de pura cortesía, entre el presidente Pedro Sánchez y los cuatro inculpados fueron escrutados con entomológica minuciosidad, y un lacónico 'no te preocupes' que al parecer dirigió Sánchez a Junqueras ha sido adoptado como la prueba irrefutable de la traición que se prepara en Moncloa para proceder de una vez a la destrucción alevosa de la patria. Finalmente, los representantes de VOX, pueriles y previsibles, exhibieron su casposa españolidad con la rutinaria apelación a los viejos símbolos y a ese nacionalismo huero que se caracteriza por la pretensión de ostentar el monopolio patriótico.

Por el contrario, la mayoría de quienes contemplamos a través de los medios el gran espectáculo de la democracia, encajamos el programa parlamentario del lunes con una mezcla de diversión y gozo que en el fondo podría representar la felicidad que nos produce constatar que el régimen del 78 sobrevive intacto a todas las embestidas y hace prevalecer el imperio de la ley frente a los embates de la arbitrariedad.

Por un lado, es conocida la jurisprudencia del Constitucional, que desde 1990 considera válido en estos casos el juramento o promesa cualesquiera que sea la fórmula siempre que se deduzca que se acata la Constitución. Por otro lado, es sencillamente magnífico que quienes están siendo juzgados por diversos delitos contra la integridad del Estado pero son todavía inocentes porque ninguna condena en firme ha recaído sobre ellos puedan concurrir a unas elecciones como sujetos activos y pasivos, y que sean autorizados a tomar posesión de sus escaños honrando así los mandatos representativos, aunque, como es lógico, hayan después de ser suspendidos porque su situación procesal no les permitirá desempeñar el encargo recibido. Ahora bien: puesto que están en juego derechos fundamentales muy eminentes, tal suspensión habrá de llevarse a cabo con todas las cautelas y garantías, y es muy lógico que la nueva presidente de la Cámara, Batet, bien aconsejada en esto por su predecesora, Pastor, se disponga a recabar los preceptivos informes técnicos de los letrados de las Cortes.

Sesiones como la del lunes no contribuyen precisamente a incrementar el crédito de una clase política que, en muchos casos, cuando ejerce la representación, parece acomodarse más a las pautas del sainete o del circo que a las de servicio a la voluntad popular. Pero no hay que engañarse: la ciudadanía sabe separar perfectamente el grano de la paja y distingue bien la vociferación del argumento. La legislatura va por buen camino, entre otras razones porque, entre las estridencias y los gritos, se adivina una voluntad de resolver problemas por la vía insustituible de la palabra.

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