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Antonio Papell

Al fin, la estabilidad

De un modo u otro, Pedro Sánchez conseguirá muy probablemente una fórmula de gobernabilidad para la siguiente legislatura, que en principio se planteará para durar un cuatrienio, algo difícil de imaginar hasta hace poco. La suma de los votos del PSOE, el partido mayoritario con diferencia (cuasi duplica al segundo), con los de Unidos Podemos parece asegurar suficiente estabilidad, máxime tras la transformación y el apaciguamiento de esta última organización, que ha hecho alarde reciente de constitucionalidad. Pablo Iglesias, que llegó para combatir "el régimen del 78", parece haberse persuadido de que hay amplio margen para promover reformas progresistas dentro del generoso marco constitucional.

Como se ha señalado reiteradamente en los balances prelectorales, el periodo de inestabilidad ulterior a las elecciones de diciembre de 2015 y que ha llegado a nuestros días se ha caracterizado por una prácticamente total parálisis legislativa. De hecho, tan sólo se han traspuesto algunas directivas comunitarias y se han convalidado decretos leyes más o menos coyunturales cuando ha sido posible. En el cuatrienio, sólo se ha aprobado una ley de Presupuestos del Estado y, por descontado, no ha salido adelante norma alguna de carácter modernizador basada en vectores ideológicos.

Quiere decirse, en fin, que es preciso que este país se ponga al día en muchos asuntos en que la obsolescencia es muy evidente „la regulación del sector eléctrico es una de las urgencias que pueden enumerarse a título de ejemplo„ y que se avance en el camino de modernización del Estado, incluso en asuntos que requerirían grandes consensos porque resulta deseable sacarlos en lo posible de los vaivenes de la alternancia y/o porque son fundamentales para desatrancar determinados asuntos obstruidos por razones diversas.

La estabilidad puede ser operativa en muchos y diversos ámbitos, pero sobre todo en dos: de un lado, es necesario abordar con suficiente amplitud de miras el conflicto catalán, un designio que habrá de hacerse mediante una reforma del modelo transversal de descentralización territorial (felizmente, los nuevos presidentes del Congreso y del Senado son federalistas). De otro lado, este país tiene un problema intrínseco de productividad que sólo podrá resolverse mejorando el sistema educativo, falto de una revisión integral sobre las modernas pautas que están imponiendo los países punteros en la materia, con Finlandia a la cabeza.

Ambas cuestiones deben salir de la alternancia porque es evidente que la cuestión catalana debe encontrar un desenlace que no sea cuestionado en décadas, al mismo tiempo que es también patente que el éxito de la reforma educativa dependerá de que consiga el respaldo mayoritario tanto de las formaciones de centro derecha como de centro izquierda.

Para llevar a cabo tales consensos hay que identificar primero a los actores indispensables, a aquellas formaciones que previsiblemente se disputarán el poder al medio y largo plazo. Por parte de la izquierda, el PSOE no está en cuestión; por la derecha, el panorama es más complejo ya que el esquema tripartito tiene que ser por su propia naturaleza provisional si los conservadores no han perdido el instinto de conservación. De entrada, PP y C's, juntos y/o por separado, deberían darse cuenta de que no conseguirán la mayoría de gobierno mientras no hayan aclarado su relación con VOX. El modelo andaluz es altamente tóxico, y actuará como un lastre insuperable mientras dure porque deja todo el espacio del centro político en manos de la izquierda (ningún progresista ni ningún verdadero liberal entregará su voto a quien esté decidido a gobernar con VOX). Las elecciones europeas darán ocasión a las debidas definiciones por parte de los grandes partidos europeos, que no transigirán con el populismo reaccionario de los Salvini y Orban, con el neofascismo de AfD en Alemania y de RN (Ressemblement National) en Francia. Y será inútil que aquí el PP y Ciudadanos intenten mirar hacia otro lado.

Todo indica que después de las elecciones del 26 el centro-derecha tendrá que recomponer la figura y que tomar decisiones. Hágalo pronto y con tino porque no sería razonable que el próximo cuatrienio, cuando la izquierda moderada ha recompuesto la figura, registrase el déficit estructural de una falta de interlocutores reales en el espacio conservador.

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