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Ya ha llegado la mancha humana

El Estado de Derecho protege la convivencia y defiende la democracia y los derechos del hombre: todos ellos. Y el asalto a sus virtudes sociales suele manifestarse por la desconfianza ante la ley o la creencia de que la ley y sus representantes no merecen el menor crédito. Cuando eso ocurre en una democracia, no es que asome la ley de Lynch por el horizonte; es que ya habita entre nosotros aunque no seamos muy conscientes de ello: sólo es cuestión de tiempo.

En una de las historias centrales de La mancha humana, magnífica novela de Philip Roth, un profesor de universidad es acusado de racismo por suspender a dos estudiantes afroamericanos, que apenas asistían a clase, no cumplían con los requisitos académicos y habían hecho unas pruebas desastrosas. Eso lo sabía el profesor y lo sabían los estudiantes, pero de nada sirvió la defensa del primero: la acusación de racismo caló, fue sometido a junta disciplinaria y la expulsión de la facultad a la que había dedicado sus mejores años y saberes se confirmó. Previamente, el profesor -que era también el decano- había citado a Shakespeare usando el adjetivo negro -demostración inexcusable de su racismo, claro- y un par de alumnas habían criticado su enseñanza de Eurípides por los planteamientos machistas del comediógrafo de Salamina.

Eran pruebas suficientes y los primeros en formar parte del comité disciplinario que lo juzga son viejos colegas y amigos, o no, de departamento. Durante el proceso muere su mujer a causa de la tensión y los disgustos y él, aunque firme en sus convicciones, cae en una crisis donde se cuestiona todo aquello por lo que ha vivido y en lo que aún cree. El argumento rothiano es más complejo que lo que aquí cuento pero no he de extenderme. Al final se descubre que los estudiantes mienten y que él es judío antirracista (en la adaptación cinematográfica, si no recuerdo mal, le atribuyen antecedentes afroamericanos para que la atrocidad sea más evidente), pero nunca quiso decirlo, siempre lo camufló, nunca quiso escudarse en eso porque le parecía que bastaba con la verdad y hacerlo, a sus ojos, le habría rebajado.

Me he acordado de este relato -donde los bárbaros son los partidarios de la corrección política- por lo ocurrido recientemente en la universidad de Harvard. El decano de una residencia de pregrado -abogado de profesión- y su mujer, profesora titular del departamento de Derecho, han sido destituidos por la presión de un grupo de profesores y estudiantes indignados ante el hecho de que ese decano forme parte del grupo de abogados defensores de Harvey Weinstein. Calcado de La mancha humana. Según los exacerbados críticos esta decisión lo descalifica (sic) para desempeñar sus funciones académicas.

El matrimonio vivía en esa misma residencia y han sido expulsados de ella por la universidad. Antes se habían recogido firmas en el campus, hubo protestas en clase en su contra y se hicieron pintadas amenazantes en la puerta tras la que vivían. Que el decano expulsado sea afroamericano, que su trayectoria como abogado esté llena de causas donde ha defendido a los débiles -la última, una familia, también afroamericana, cuyo hijo fue asesinado por la policía- y que la vida adulta y sus derechos puedan depender de jóvenes todavía en proceso de formación, en fin€ El hipócrita comunicado del rectorado se refería a la seriedad de las preocupaciones del alumnado, a la mejora del clima universitario y otros bla-bla-blás. Ni una palabra sobre lo que representa tomar al estudiante como un cliente que siempre tiene la razón, en demérito y para mayor inseguridad del profesorado. Tampoco sobre la idea esencial y piedra angular del estado de Derecho de que todo criminal tiene derecho a su defensa legal. Ya no hablemos de la burla de la ley. Y esto es sólo un ejemplo de lo que está pasando en el mundo occidental. Porque pasar pasa por todo y el uso del emocionalismo para obtener logros políticos que no se consiguen por los medios que la democracia pone a nuestro alcance, está laminando la razón -y de paso la mejor tradición del edificio civilizatorio- a marchas forzadas. Es lo que se pretende.

'No hemos venido aquí para discutir su grado de alucinación' le dijo esta semana el juez Marchena a una testigo que decía estar alucinada por los sucesos de octubre de 2017 en Cataluña. Pero al paso que vamos, quizá nos convenga ir pensando que sí, que estamos aquí para recordar lo que es la realidad y lo que sólo es alucinación corrosiva frente al estado de Derecho. Al menos para que la realidad no deje de serlo y acabemos viviendo en un estado alucinatorio que nada bueno preludia.

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