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Mirando, para no pregunta

El trabajo no es un negocio

Trabajo gratis. Eso pedía el polémico anuncio de la UEFA en el que buscaba bailarines para la final de la Champions. "¿Quién no quiere participar en un evento mundial de este calado?", señalaba. "Sería como venderse por un minuto de gloria", respondieron los profesionales. Y ahí se terminó el debate, se acabó la polémica. Todo sucede tan rápido en la sociedad posmoderna en la que nos ha tocado vivir, que parece que lo importante es encontrar el titular al que contestar con contundencia sin pararse a pensar ni la causa ni la consecuencia del problema en cuestión.

El empleo sigue siendo el problema de nuestra sociedad. En cantidad y en calidad. Y lo será aún más para nuestros hijos: tal como anuncian los expertos la revolución tecnológica está provocando ya un cambio absoluto en las reglas del juego laboral. Nada es como antes y nunca volverá a serlo. El temor a que esas nuevas reglas acaben con el modelo de Estado Social que evite los desequilibrios es evidente. Para encontrar la solución hay que centrarse primero en el origen del problema. Hay que hacerse muchas preguntas para encontrar la respuesta.

A finales de los 90 el libro de Spencer Johnson ¿Quién se ha llevado mi queso? se convirtió casi en una guía para el mundo empresarial. Hay que adaptarse al cambio, decía es psicólogo norteamericano. Hay que convertir la crisis en oportunidad. Ahora hay quien teme que la tecnología acabe con todo el queso. Que los robots acaben con el trabajo. Personalmente creo que es el miedo al cambio quien puede quitarnos el queso.

"El cambio es lo único real» decía Heráclito. A nadie se le escapa que el mundo se está trasformando de forma muy acelerada fruto de unos cambios tecnológicos que dan lugar a la llamada era digital; una época marcada por la automatización de procesos, la virtualidad, la robótica o la inteligencia artificial. Los robots son cada vez más sofisticados e «inteligentes» y se han convertido en habituales compañeros de viaje por los laberintos de la vida.

En el Parlamento Europeo se discutió -y rechazó- la posibilidad de imponer un impuesto a los robots para compensar la destrucción de empleo. El debate en Europa sigue vivo porque tiene sentido que haya normas que regulen la relación entre robots y humanos en el trabajo. Tiene sentido plantear que esas regulaciones tengan no sólo ámbito estatal sino europeo si se quiere que haya unas nuevas reglas de competencia que mantengan una cierta igualdad de oportunidades.

Pero sobre todo tiene sentido que los gobiernos, a partir de un amplio diálogo social, prioricen la inversión en innovación y en formación. Formación continua para aprovechar lo bueno de la tecnología. Formación desde la base para asentar, por ejemplo, el lenguaje computacional con el que todos tendrán que co-laborar. Consolidar la Formación Profesional sobre la que se apoyan la mayor parte de los trabajos de la digitalización. De lo contrario seguiremos sin saber quien se ha llevado el queso.

Se nos removieron las entrañas al conocer el polémico anuncio de la UEFA. Pero no es la primera vez -ni será la última- que se cuente con voluntarios para hacer trabajos "por la comunidad, por la ciudad". Nos indignaremos de nuevo y lo volveremos a olvidar.

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