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Para empezar

Los puteros y la tortura de Amelia

Cada penetración era una tortura. Y cada roce. Y cada palabra. Y todas y cada una de las miradas. También la performance de la puta feliz que compite con las demás para que el putero la escoja. Amelia se pasó cinco años soportando decenas de torturas diarias. Cinco años de infierno. Y así lo relató ayer, en las jornadas sobre prostitución y salud de Metges del Món. Un testimonio desgarrador. De los que te llegan al alma. De los que te hacen preguntarte qué tipo de hombres son capaces de infligir semejante dolor a otro ser humano. La respuesta de Amelia a esa pregunta es tajante: Todos. "Puteros hay de todos los tipos", afirma. Y un escalofrío me recorre la espalda. Seguro que a ninguno de esos hombres se les ha pasado por la cabeza que son unos torturadores. Que lo que para ellos es un rato de placer, para la persona que se lo está proporcionando es un martirio. Que la mujer está deseando que acabe. Que cada putero que paga por su cuerpo la hunde un poco más, la hace sentirse menos, la acerca al precipicio, a la enfermedad mental, a la idea del suicidio. El hombre que paga por sexo no paga por sexo. El hombre que paga por sexo paga, en realidad, por torturar. Por ser, durante un rato, un torturador de la peor especie. Cada penetración es una tortura.

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