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Antonio Papell

Elogio de la centralidad

Las elecciones del 28-A consignaron una apuesta de la ciudadanía hacia la centralidad. El partido más votado fue el de centro-izquierda, el PSOE, que mejoró sensiblemente su posición, en tanto la izquierda convencional, ahora aliada con el populismo progresista de Podemos, bajaba claramente con relación a las elecciones de 2016. Y en el hemisferio de la derecha, también mejoró posiciones el partido más cercano al centro, Ciudadanos -claramente radicalizado hacia estribor pero sin duda el más centrista de los tres que ocupan el espacio- y cayó espectacularmente el Partido Popular, que se había desplazado hacia la derecha desde su posición tradicional del centro-derecha.

En la actual campaña, consecutiva a la anterior, la cúpula del Partido Popular, consciente de que la radicalización mostrada por Casado y su equipo, en competencia clara con el extremismo de VOX, ha pretendido modificar radicalmente su imagen para transmitir una identidad más centrista. Hasta los lemas de campaña han sido renovados para incluir el término "centro" y la imagen de José María Aznar ha sido borrada del imaginario público del partido y sustituida por la más cálida y moderada (aunque contaminada por la corrupción y por su expulsión mediante una moción de censura) de Mariano Rajoy.

Por una ironía del destino, esta campaña se ha visto conmocionada por el fallecimiento inesperado de Alfredo Pérez Rubalcaba, el paradigma de político moderado, centrista, racional e ilustrado, un personaje de exquisita inteligencia que ha dejado huella indeleble en la historia de este país mediante varios hitos singulares: impulsó la LOGSE, la primera ley educativa de la democracia; intervino decisivamente en la alternancia en 2004 a través de la denuncia de la manipulación del 11M (el gobierno de Aznar quiso atribuir a ETA los gravísimos atentados islamistas); fue pieza clave y definitiva en la victoria del Estado sobre ETA y participó decisivamente en el delicado proceso de abdicación del Rey Juan Carlos en su hijo. Pues bien, esta trayectoria del difunto ha merecido el mayor homenaje que se ha rendido a la muerte de un político desde Adolfo Suárez (y conste que ambos fueron muy distintos, el uno con un ímpetu fundacional modélico, el otro con un aliento inspirador y un coraje reformista admirables). Un homenaje que, como ha escrito Juliana, "pone de manifiesto la nueva centralidad del Partido Socialista". Y ello a pesar de que el actual conductor del PSOE, el joven Pedro Sánchez, tuvo un grave enfrentamiento con Rubalcaba, que no se había resuelto todavía en el momento del inesperado óbito.

En efecto, como es bien conocido, tras la repetición en junio de 2016 de las elecciones generales, Rubalcaba era partidario de que el PSOE facilitase la gobernabilidad, es decir, apoyase la investidura de Rajoy, algo a lo que se negaba -"no es no"- el secretario general, Pedro Sánchez. Fue entonces cuando se dio el golpe de mano contra Sánchez, que lo descabalgó de la secretaría general e hizo posible una abstención parcial de los socialistas en el Congreso de los Diputados que posibilitó la entronización del líder conservador. Finalmente, Sánchez se desquitó de aquella afrenta, ganó las elecciones primarias tras el periodo de excepcionalidad en el PSOE, recuperó la secretaría general y, sin ser diputado (había renunciado al escaño para no verse impulsado a votar a Rajoy), presentó y ganó una moción de censura contra Rajoy que lo llevó a la presidencia del Gobierno. Es lógico que aquel cisma abriera heridas en el seno del PSOE que todavía no se han cerrado completamente. Y desde luego Sánchez y Rubalcaba no habían recuperado el hilo directo todavía cuando se ha producido el luctuoso acontecimiento.

La desaparición de Rubalcaba ha relativizado aquellas diferencias, y toda la familia socialista se ha unido en el dolor, en el homenaje al militante distinguido, en el reconocimiento de los valores y los objetivos comunes. Probablemente, este reencuentro en la moderación centrista debería aportar a los socialistas una lección permanente: los procesos internos de selección mediante primarias deben se encajados con deportividad ya que es absurdo que abran grietas irreparables. El apiñamiento de todos los amigos de Rubalcaba en torno a su eclipse definitivo ha de valer para consagrar este criterio.

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